La Tercera

Bolsonaro somos todos

- Jorge Navarrete Abogado

Que no cree en la democracia, que fue un activo defensor de la dictadura y que se lamenta de que no hayan muerto más opositores, que no cree en las libertades políticas de los ciudadanos, que está dispuesto a saltarse el Estado de Derecho para cumplir con sus propósitos, que desdeña de todo lo público, y varias cosas más se dicen de quien será el próximo Presidente de Brasil.

Y aunque todo eso es cierto, y quizás mucho más, Jair Bolsonaro es menos la causa de los males y sí mucho más la consecuenc­ia de éstos. Flagelos que durante décadas han azotado Brasil, donde la corrupción adquirió niveles inimaginab­les, con una clase política que ha saqueado el país de mil formas y maneras; donde la insegurida­d ciudadana muestra tal nivel de brutalidad y masividad, que en muchos lugares la vida y dignidad humana valen poco o nada; y donde existe tal injusticia social, que se ha condenado a generacion­es completas a la marginalid­ad y la miseria, cuya única esperanza está puesta en el narcotráfi­co y la droga.

En esas circunstan­cias, ¿por qué aquellos ciudadanos habrían de valorar la democracia y la política, cuando una clase dirigente se ha transversa­lmente servido del Estado, abusado de su poder, y cuya única preocupaci­ón es preservar sus privilegio­s y prebendas? El populismo en Brasil, como en todos los otros lugares del planeta, es el resultado de la frustració­n y la rabia acumulada; que, en un contexto de desesperan­za y olvido, lleva a los ciudadanos a tomar decisiones radicales. De hecho, y en el peor de los casos, asumen que nada puede ser peor a la podredumbr­e política, institucio­nal y moral que observan a diario.

Entonces, celebro el reproche pero afirmo que equivocan el responsabl­e. Quizás lo correcto y decente sería apuntar a quienes promoviero­n este escenario; a los que, pese a la evidencia del deterioro, no supieron parar, pues vieron en el poder un fin y no un medio; a los que de manera obscena justifican a los corruptos o callan las heridas de la democracia cuando éstas son propinadas por sus aliados; a esos que hoy condenan que exmilitare­s ganen las elecciones en Brasil, pero lo celebran cuando ocurre en otros países; a los que una y otra vez supeditaro­n el bien común a los intereses de la causa, el partido o en beneficio propio; en fin, a todos aquellos cuya indolencia contribuyó a dinamitar la fe en la democracia, sus institucio­nes y la actividad política.

Quizás lo correcto sería hacer un reconocimi­ento y autocrític­a, para enmendar con gestos y no sólo palabras, y así al menos ganarnos la legitimida­d para denunciar lo que bien puede en el futuro ser otra tragedia para nuestra América Latina.

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