No le quiten el celular
El castigo de la Iglesia Católica a los sacerdotes acusados de abusos ha llegado a niveles de extrema dureza. Prueba indesmentible de lo anterior la entregó esta semana el viceprovincial de Schoenstatt, Patricio Moore, quien –sin evidenciar piedad alguna- nos informó que al exarzobispo emérito de La Serena, José Cox, “se le quitó el teléfono celular y también el de su pieza”.
Compleja decisión. No imagino cómo podrá Cox (en su estado de salud “precario”, con “signos de demencia senil” y dependiente de una enfermera, según fuimos notificados) vivir a partir de ahora sin este aparato. Insisto que el escarmiento y la crueldad de la jerarquía eclesiástica parecen no tener límites.
Me permito, incluso, aludir a ese principio básico del derecho según el cual todo castigo debe ser proporcional al delito y tengo serias dudas si el abuso de menores se condice con ser expropiado, sin más trámite ni defensa, de tu teléfono móvil.
De hecho, ni siquiera logro imaginar cómo podrá Cox vivir ahora sin su celular, en particular cuando está sometido a una “vida de silencio, oración y penitencia”. Cierto que ya casi nadie utiliza el teléfono para hablar, pero al menos el aparato fijo (el de la pieza, me refiero) no sirve para otra cosa. No me queda más opción que pensar que el curita usaba el celular para chatear, bajar juegos, mirar su Facebook y vaya a saber uno para qué más.
En todo caso, su mentada vida de silencio y penitencia no le ha impedido, por ejemplo, disfrutar de la oferta culinaria de Vallendar, el pueblo donde su movimiento lo cobija a costa de los feligreses. ¿Cómo lo sé? Resulta que en 2015 le tomaron una foto con un niño que ahora circuló por redes sociales. Nuevamente, el señor Moore salió a explicar lo ocurrido: “se encontraba en un restaurante en Vallendar”, dijo a la prensa. Curioso.
Conclusión para los seguidores o simpatizantes de la religión católica: cometer abusos, que te oculten en Alemania y te destinen al “silencio, oración y penitencia”, no impide una salida de vez en cuando a cenar fuera de casa ni tampoco implica de por sí una restricción al uso de la telefonía. Así que podéis estar tranquilos, porque si la autoridad eclesiástica alguna vez os condena a lo antes dicho, vuestra vida posterior no se verá ni tan limitada.