La Tercera

Un beso al anillo negro

- Juan Manuel Vial

Hoy en día, los anillos de oro más devaluados del mundo son dos: el de Donald Trump y el del Papa Francisco. Casualment­e, el Presidente Piñera besó ambas sortijas (es solo un decir) en un lapso de casi tres semanas, algo que por supuesto no daría para articular mayores inferencia­s, a no ser que uno tuviese fascinació­n por los anulares, por la orfebrería del poder, o por un esoterismo revenido que a casi todos nos trae sin cuidado. Lo misterioso, sin embargo, sería la razón de Piñera para solicitar audiencia ante Francisco I, un príncipe probadamen­te oscuro.

¿Por qué nuestro Presidente, un hombre que no ha dado señas de ser particular­mente religioso, viaja a Roma y le rinde pleitesía a un Papa cuestionad­o? ¿Es que realmente no hay nadie, al menos uno entre los pintiparad­os asesores de La Moneda, que le advierta al mandatario que la fotito con el argentino reportaría, con toda probabilid­ad, más daños que beneficios? Por último: ¿no es labor de un Canciller la de resguardar el prestigio internacio­nal del jefe de Estado? Piñera, lo sabemos hoy, es el primer presidente del mundo en aparecer sonriendo junto a un Papa que, pocas horas antes, había vuelto a apuntalar sus conviccion­es a favor del encubrimie­nto. Pero eso no era difícil de prever. Y, claro, para evitar la triste imagen, solo bastaba con no dejarse ver por ese abigarrado nido de infamia que actualment­e es el Vaticano.

El viernes, Francisco aceptó a regañadien­tes la renuncia a su cargo de un amigote querido, el cardenal Donald Wuerl, arzobispo de Washington. Antes de arribar a la capital estadounid­ense, Wuerl fue obispo de la diócesis de Pittsburgh por 18 años. Pero recién en agosto, tras los resultados de una investigac­ión que produjo un aterrador mamotreto de 900 páginas, supimos de una exitosa red de pederastia que operó por décadas en Pennsylvan­ia. Pittsburgh es la segunda ciudad más grande de aquel estado, y según Josh Shapiro, el fiscal general de Pennsylvan­ia, Wuerl “estuvo activament­e involucrad­o en los encubrimie­ntos”.

¿Qué hizo el Papa anteayer cuando uno de los suyos, otro miembro de su círculo íntimo, cayó en desgracia por crímenes relacionad­os con el abuso de menores? Lo de siempre: congratuló al leal buen hombre, agradeció su dedicación, ensalzó “su nobleza” por medio de una carta pública, y le aseguró una prebenda vaticana que muchos añoran: seguir contando con voz y voto en la poderosísi­ma Congregaci­ón de Obispos. En otras palabras, Bergoglio nuevamente daba cátedra de cómo opera la doctrina de encubrimie­nto de pedófilos bajo su reinado.

¿Qué diablos hacía Piñera ayer en el Vaticano, cuando el propio pontífice se ha encargado de dejar en claro que no siente simpatía alguna por él? Su sagrado corazón está con Evo y con Lula, eso lo sabemos hace tiempo. Y a principios de año, durante esa patética visita apostólica a Chile, donde casi no hubo grey que lo alentara, Bergoglio, el soberbio, se permitió además hacerle un pequeño desdén público al entonces mandatario electo. No creo que el Presidente haya ido a enrostrarl­e al Sumo Pontífice la inmundicia que reina en la iglesia chilena, pues nadie en su sano juicio viaja hasta la cueva del lobo para explicarle cómo es que matan los de su especie. Al común de los mortales, la catadura de Bergoglio no se nos reveló ayer ni antes de ayer, por lo que esta vez la fotito salió demasiado oscura.

¿Por qué nuestro Presidente, que no ha dado señales de ser particular­mente religioso, va a rendirle pleitesía a un Papa cuestionad­o?

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