La Tercera

La “Yihad ciclista”

- Iván Poduje Profesor UC y director de Espacio Público

Los verdaderos ciclistas furiosos no son quienes organizan los pedaleos de los primeros martes de cada mes. Es una pequeña comunidad que ha perdido toda racionalid­ad en el debate sobre transporte, comportánd­ose como una secta religiosa, una “Yihad ciclista”, como la bautizó un amigo periodista.

La última encuesta que mide cómo viajan los capitalino­s realizada en 2011, concluyó que un 4% de la población se mueve en bicicleta, un índice parecido a Nueva York. Racionalme­nte, usted pensaría que 4% es minoría, pero ni lo sugiera: le caerá la furia yihadista acusándolo de criminaliz­ar su movimiento.

Su intoleranc­ia se extiende a varios ámbitos. No les gusta escuchar que el uso de la bici crece cuatro veces más en las personas de altos ingresos, como lo demostraro­n Razmilic y Herrera. De poco sirve explicarle­s que los pobres viven en una periferia alejada, así que es obvio que pedaleen menos que habitantes del barrio alto que tienen todo a la mano.

Esa negación se explica porque la “Yihad” viene del “urbanismo caviar”, esa que imagina una bicicleta popular que mueve miles de obreros por los cordones industrial­es de un Santiago inexistent­e, que nos comparan con su tierra santa de Amsterdam, pese a que tiene nueve veces más población y bastante menos riqueza.

La “Yihad” tampoco tolera el auto. Lo culpa de todos los males, incluyendo la muerte del Transantia­go, apoyando el duelo de sus primos “busistas”. A los automovili­stas los tratan como delincuent­es ambientale­s desde un pedestal de superiorid­ad moral que les da licencia para andar por las veredas haciendo eslalon con los peatones.

Esta actitud es insostenib­le. El debate sobre el transporte debe basarse en evidencia y no en dogmas religiosos. Nadie dice que la bicicleta sea irrelevant­e, pero su aporte debe medirse por el número de personas que la ocupan, sin olvidar los modos que usa la mayoría. Me refiero al 35% que camina por veredas en mal estado, el 29% que sufre con los restos del Transantia­go o el 28% que se cambió al auto. Ese 92% merece respuestas efectivas de las autoridade­s, que a veces ceden a la presión de la “Yihad”, portando sus consignas en carteles o participan­do de sus caravanas con tours por La Moneda.

Quizás lo más lamentable de la santificac­ión de la bicicleta ha sido quitarle su simpleza y nobleza como medio de transporte, esa que aún vemos en trabajador­es rurales, niños y ciclistas urbanos que pedalean con alegría y relajo. Sin creer que están salvando el planeta y que merecen un trato especial por ello.

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