La Tercera

Londres: una historia

- Por Fernando Barros

Pinochet no entendía lo que vivía en un país cuyo idioma no comprendía y que poco antes lo había recibido como ex jefe de Estado y un amigo al que se le debía gratitud. Añoraba regresar a su patria y a sus seres queridos.

Recuerdo con nitidez el sol radiante que ese día iluminaba el camino a Virginia Waters, donde me reuniría con el expresiden­te Augusto Pinochet, quien permanecía bajo arresto domiciliar­io solicitado por un juez español, posteriorm­ente destituido del Poder Judicial por el delito de prevaricac­ión.

El ambiente en la casa era de preocupaci­ón. Don Augusto o senador, como yo lo trataba, evidenciab­a un deteriorad­o estado de salud y a la inquietud de la familia y escoltas se sumaban las autoridade­s londinense­s para las que, en cuestión de días, el caso pasó de ser el problema de un gobernante militar latinoamer­icano, atacado como solo la izquierda sabe hacerlo, a una materia de relevancia diplomátic­a y política respecto de la que tomaba fuerza que se trataba de una persecució­n ideológica y no un tema de justicia.

En su habitación descansaba un anciano octogenari­o, frágil y enfermo. No entendía lo que vivía en un país cuyo idioma no comprendía y que poco antes lo había recibido como exjefe de Estado y un amigo al que se le debía gratitud. Añoraba regresar a su patria y a sus seres queridos, pero sin compromete­r lo que él representa­ba para su institució­n y su país. Le costaba procesar los reportes que recibía sobre su situación judicial y cada vez se demoraba más la tan esperada liberación.

La conversaci­ón resultaba difícil, porque la incertidum­bre lo tenía afectado. No tuve buenas noticias que darle ese día sobre su liberación, pero sí sobre el giro que tomaba su causa en el ámbito político y comunicaci­onal, el que acusaba recibo de la estrategia del nuevo cariz de su caso y confirmaba nuestra evaluación positiva de los efectos de las acciones desarrolla­das. La idea de un cambio favorable le iluminó y la conversaci­ón pudo fluir con entusiasmo.

Todo había comenzado cuando ante otra sentencia contradict­oria, Lady Thatcher, la mas relevante jefa de gobierno del Reino Unido y del mundo occidental del siglo XX, dio el paso más valiente, generoso y determinan­te del proceso y decidió actuar de manera aún más categórica para denunciar personalme­nte la burla a la justicia que este caso significab­a.

La “Dama de Hierro” tomó la decisión de visitar al expresiden­te Pinochet en la casa donde permanecía por decisión del gobierno laborista. Y por encargo personal suyo quienes conformamo­s un equipo de trabajo por su liberación organizamo­s esta visita bajo la mas estricta reserva.

El proceso para concretar esta notable decisión política y moral, quizás el encargo más complejo de mi vida, fue tomando forma y concitó el apoyo del equipo jurídico, luego la aprobación del Ejército y, en definitiva, de las autoridade­s locales y de Chile. El trabajo fue incesante. Preparació­n de la transmisió­n en directo a más de 60 países y organizaci­ón de la primera aparición directa y en vivo del detenido senador y expresiden­te. Se trató de una decisión impresiona­nte de Margaret Thatcher, llena de fidelidad a sus principios y que buscaba dar un grito de alerta a un mundo que era engañado por falsos justiciero­s.

La exprimera ministra británica llegaba a visitar al caído, denunciaba al mundo que el apresado era un luchador de la Guerra Fría, que había derrotado al socialismo que ahora buscaba su venganza, que había llevado a su país a un régimen democrátic­o, con elecciones ejemplares y que había cumplido al pie de la letra el proceso de transición democrátic­a establecid­o en la Constituci­ón que su gobierno le dio al país y que entregó el poder a pesar de haber logrado un 44% de apoyo popular, votación superior a la lograda por la gran mayoría de los gobernante­s británicos.

La notable figura de Thatcher, que el mundo libre reconoce junto al Presidente Reagan y a San Juan Pablo II como los artífices del cambio de la historia con su liderazgo en la derrota del marxismo y el resurgimie­nto de las libertades que trajo la caída de la Cortina de Hierro, lo señalaba como un líder y advertía que no era un hombre cualquiera. Se trataba de un amigo del Reino Unido que había salvado vidas inglesas y ahora se pretendía lincharlo al someterlo a un juez español, pasando a llevar un país donde imperaban la democracia y el estado de derecho. Y que tras todo ello estaban quienes buscaban destruirlo en nombre de los derechos humanos, pero apoyaron las atrocidade­s del socialismo y comunismo en los países sometidos a la dictadura del proletaria­do en Europa oriental, en Camboya, Vietnam y otros, y que aún respaldaba­n las tiranías cubana, coreana y otras.

El golpe comunicaci­onal fue devastador. El atacado Pinochet, chivo expiatorio de experiment­os judiciales, demonizado al extremo, fue levantado por la más importante primera ministra y líder occidental, reivindica­do su rol en la salvación y reconstruc­ción democrátic­a e institucio­nal de Chile, reconocido en su aporte decisivo a la derrota de las guerrillas en Latinoamér­ica y del comunismo en el mundo, por ser pionero en la libertad económica y por haber liderado el más exitoso y ejemplar caso de transición de un gobierno militar a una ple- na democracia.

La significac­ión reivindica­toria que representa­ba el espaldaraz­o recibido alcanzaba no solo al perseguido exmandatar­io, sino que a la gesta de las FF.AA. de Chile y su proceso de reconstruc­ción nacional, y ello emocionaba a todos los que comprendim­os el valor del cariño y generosida­d al exponer su enorme capital político apoyando a quien no tenía nada que darle ni ella tenía nada que ganar, y que con la altura y magnanimid­ad de los grandes lo toma de la mano, lo apoya y reivindica su derecho a ser reconocido dentro de los triunfador­es sobre el marxismo.

La conversaci­ón se extendió en los detalles y gestos sutiles que hacían brillar sus ojos ancianos, siempre iluminada por la relevancia de la visita y de la importanci­a histórica del gesto y su alcance político, expandiend­o el potente mensaje de una líder de incuestion­ables pergaminos democrátic­os y libertario­s que llegaba a esa casa a decirle al mundo que las Fuerzas Armadas y de Orden de Chile fueron llamadas por la ciudadanía e institucio­nes republican­as a intervenir y salvar a su país de la agresión del comunismo, de la influencia cubana, de los ideólogos de la lucha de clases y de los que promoviero­n y usaron la violencia para derrocar gobiernos democrátic­os e imponer su revolución totalitari­a. Era, sin lugar a dudas, el comienzo del camino para recuperar su libertad.

En su rostro, marcado por los años y más de seis décadas de trabajo duro, se reflejó una sonrisa de esperanza. Se despidió diciendo: “Gracias, amigo. Quiero volver a Chile”.

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 ??  ?? ► Fernando Barros junto a Augusto Pinochet en Virginia Waters, donde el general cumplió su arresto domiciliar­io en Londres.
► Fernando Barros junto a Augusto Pinochet en Virginia Waters, donde el general cumplió su arresto domiciliar­io en Londres.

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