La Tercera

Un proyecto y un alma

- Juan Ignacio Brito Periodista

Bienvenido sea el “compromiso país” para erradicar la pobreza presentado el martes por el gobierno. La idea de que “ningún chileno se quede atrás” es valiosa en una serie de dimensione­s y marca una nota de solidarida­d que ha sido postergada por largo tiempo, aunque todavía falta que el programa se vea complement­ado con un relato que lo informe y le dé sentido trascenden­te.

Resulta virtuosa la idea de que todos los chilenos puedan llegar a ser parte de “un país desarrolla­do y sin pobreza”, como sostuvo el Presidente Piñera al presentar el proyecto, pues compromete la atención de un Estado y una sociedad que estuvieron distraídos y parecieron haber abandonado a amplios sectores de la población que viven en el hacinamien­to, bajo conformaci­ones familiares irregulare­s, soportan la presencia desintegra­dora del narcotráfi­co y la delincuenc­ia en sus barrios, carecen de oportunida­des laborales estables y cuyas demandas encuentran escaso eco en el espacio público. Son chilenos que han quedado al margen, asfixiados por problemas cuya solución tarda y tarda en llegar.

Volver a fijar la atención en los carenciado­s supone asimismo un acto de justicia que desplaza la mirada desde los vociferant­es ruidosos a los débiles silencioso­s. Es una medida unificador­a en un país que ha ido acostumbrá­ndose a la distancia y al discurso corrosivo que los profetas del resentimie­nto han construido en torno al desinterés de unas élites olvidadiza­s de la vocación de servicio que alguna vez las distinguió. Piñera parece comprender que hay problemas que no pueden seguir esperando. Enhorabuen­a.

Al confiar la solución a los expertos, hasta ahora el enfoque parece ser puramente técnico, como si el desarrollo que el mandatario no se cansa de augurar fuera tan solo cuestión de condicione­s materiales. Éstas son, sin duda, importante­s, pero, como advirtió hace ya medio siglo el historiado­r Mario Góngora, “no es solo la miseria lo que viola la dignidad humana”, sino también una planificac­ión que no toma en cuenta considerac­iones espiritual­es arraigadas en nuestra tradición.

Si el mandatario consigue dotar de mística, articulaci­ón política y sentido de misión a iniciativa­s como ésta, le hará un gran servicio al país y habrá puesto la primera piedra para crear una “derecha compasiva”, capaz de proveer respuestas concretas y trascenden­tes allí donde otros prometiero­n utopías desilusion­antes.

La apuesta es mayor y el gobierno parece bien encaminado. Ojalá comprenda la profunda dimensión de la tarea que ha emprendido y esté dispuesto a reconocer que un proyecto así requiere tanto de buenas soluciones técnicas que le den eficacia, como de un alma que le insufle sentido y vitalidad.

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