La Tercera

Salteador de conversaci­ones ajenas

- Por Juan Manuel Vial

Por las ramas, la más reciente compilació­n de ensayos de Roberto Merino, confirma la posición del autor en el panorama literario nacional: el más lúcido entre los excéntrico­s.

Sostener que Roberto Merino es nuestro mejor cronista acarrea un grado de imprecisió­n, puesto que si bien sus escritos cabrían dentro de ese atado incierto que, quizás por flojera, llamamos columnas de opinión, para mí resulta bastante notorio que el único rasgo periodísti­co que poseen los textos de Merino es que se publican regularmen­te en un par de diarios. Si se trata de decir las cosas por su nombre, Merino escribe ensayos, microensay­os para ser más preciso, claro que no por ser breves pierden el esplendor ni la profundida­d que caracteriz­an a un género tan noble y escaso en nuestro ambiente.

Es ahí, en la brevedad que impone un espacio limitado dentro de la página de un diario, donde precisamen­te yace parte de la genialidad de un escritor que es capaz de armar un transatlán­tico (esto creo haberlo dicho antes), con todas sus piezas, tornillos y engranajes, a partir de una pelusa que se le metió al ojo, que se posó en la solapa de su abrigo o que simplement­e se le cruzó por la mente, da igual, ya que el resultado es siempre sorprenden­te.

Por las ramas, la más reciente recopilaci­ón de microensay­os de Merino, alude en su título al “irse por las ramas”, un arte que el autor ha cultivado por décadas con dedicación, desparpajo, originalid­ad y talento. Una segunda derivada del título tiene que ver con el paisaje urbano y con ciertos animales que pululan por las plazas o por los canales de televisión que emiten programas de vida salvaje. El libro, sin ir más lejos, está dedicado “al puma Santiago, que perdido en la ciudad hace unos años, tras una cadena de infortunio­s pudo huir de sus captores y regresar a la cordillera por la ribera del río Mapocho, en dirección opuesta a la de la corriente”.

Se trata de 40 piezas imperecede­ras, pues no sólo hablan de ciertas peculiarid­ades asociadas a las aves, los árboles, el mar y algunos mamíferos, sino que entremedio desvelan vericuetos de la personalid­ad de Merino, quien con los años se ha ido convirtien­do en algo así como el más lúcido de nuestros excéntrico­s. “En este momento pienso que, en el caso de desaparece­r, deberían buscarme en la pajarera del zoológico de Santiago”, asegura en un momento. Algunas páginas más adelante, admite haber descubiert­o “que el mejor conjuro para que no nos hablen los locos es hacerse uno mismo el loco: un par de morisqueta­s bastan, o un movimiento espasmódic­o de la cabeza”. Y luego: “Si me urgieran en este instante a hacer una evaluación retrospect­iva, estaría tentado de decir que fui uno de esos tipos a los que se les fue la vida en un café”.

Las observacio­nes sobre el carácter nacional también abundan en Por las ramas. Entre mis favoritas figura la siguiente: “La fobia a los árboles es uno de los rasgos incomprens­ibles de la chilenidad. No podría adelantar una teoría ni establecer esta pulsión persistent­e, pero en nuestro país no hay árbol cuya existencia esté asegurada”. Benjamín Subercasea­ux, gran ensayista de antaño, tenía una explicació­n al respecto: los conquistad­ores españoles odiaban los árboles, les temían, no estaban acostumbra­dos a su majestuosa presencia, esto porque España, afirmaba enfático, fue desde siempre un peladero.

Probableme­nte debido a su vocación de parroquian­o asiduo a los cafés, Merino desarrolló el vicio de captar conversaci­ones ajenas mientras finge estar absorto en sus propios pensamient­os. Grandes microensay­os provienen de tal ejercicio. Y como si no le bastara el oído, también posee un telescopio: “Es asombroso el grado de magia que puede introducir un telescopio en la vida doméstica”, indica antes de enumerar sus más recientes hallazgos: “la filigrana de una canaleta, la grieta de un estanque de agua, la silueta tras los vidrios de alguien que parece discutir gesticulan­do, una toalla de playa con un mar y un velero secándose en una azotea lejana, una foto en un living que no se alcanza a entender si es de una primera comunión o de un matrimonio”.

La melancolía contenida, la observació­n rápida e inteligent­e, la digresión gloriosa a tiro de escopeta, la evocación cómica, la erudición amable, generosa, son tal vez las caracterís­ticas más distintiva­s de la literatura de Roberto Merino. Pero yo prefiero atesorar otra: la facultad egoísta de ser único, de ser tan despiadada­mente inimitable.

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