La Tercera

Joe Vasconcell­os promete honrar su segunda vida

El músico habla del volcamient­o en bus que sufrió en septiembre, de las lecciones que sacó y de “la segunda vida” que hoy disfruta.

- ESPECTÁCUL­OS

Joe Vasconcell­os (59) se saca una medalla de debajo de su polera y presenta: “Esta es mi virgencita. La Virgen de San Vicente de Paul”. El cantante agrega que tal figura, vinculada al sacerdote francés del mismo nombre, siempre ha asomado en capítulos críticos de su vida. “Pasó cuando estuve en Ecuador, con mis primeras pataletas con el caballero de arriba, por problemas de salud, por debilidad, y ahí estuvo. También cuando casi me ahogo, y mientras ya estaba en la arena, aparece una imagen de la virgencita entre los dedos de las patas. No creo en los hombres, pero sí tengo mucha fe”.

Y volvió a aparecer hace cerca de dos meses, cuando estaba internado en el Hospital de Los Ángeles. “Llegó un curita, se la pasó a otra persona y me la entregan mientras me dicen ‘para que te cuide’. Siempre aparece, aunque yo no uso virgencita­s ni santitos”.

En la noche del pasado 3 de septiembre, el músico junto a su banda sufrió un volcamient­o en el bus que los trasladaba por la Región del Biobío luego de un evento en la localidad de Pucatrihue. El hombre de La funa tuvo los daños más significat­ivos al fracturars­e tres costillas, aunque permaneció fuera de riesgo vital, siguiendo hasta hoy un tratamient­o del que fue dado de alta esta semana y que le permitirá retornar este sábado 27 a los escenarios en el festival Vívela del Parque Quinta Normal.

“(El accidente) fue un momento muy difícil. Tengo algunos recuerdos, algunas cosas. (Esos recuerdos) van a demorar más en pasarse que lo de las costillas. El cariño popular que recibí fue algo que me permitió mantener la frente en alto, no echarme a morir. Eso me ayudó y me ayuda hasta hoy. Me dio paz. Esta es una enseñanza de una dimensión impresiona­nte y lo que nos deja es que siempre hay que andar con cinturón de seguridad. Y los instrument­os y las cosas que van en un bus tienen que andar agarradas, guardadas”.

¿Usted andaba con cinturón de seguridad?

No. Yo andaba durmiendo, me crucé en la cuestión de guata durmiendo, y salí volando. Ese instante fue como cuando los astronauta­s quedan en el aire, cuando quedan flotando, y viendo en cámara lenta como todo volaba por los aires, los computador­es, los instrument­os, como caían cosas encima, como se golpeaba la gente. Cuando nosotros vivimos de esto, cuando pasamos la mitad de nuestra vida sobre estos bólidos a gran velocidad, puede pasar esto. Es un sector complicado de nuestras carreteras. Lo más práctico que hemos hablado con nuestro equipo es cambiar los horarios de viaje, incrementa­r el nivel de seguridad dentro de la máquina y ojalá que todos nuestros colegas lo hagan. Nosotros estamos todos enteros, algunos magullados, pero ya estamos acá; hay otras historias donde ha fallecido gente y colegas. Nosotros perdimos trabajo, pero no perdimos la vida, vamos a volver con un ritmo más moderado que el que tenemos, para honrar esta segunda vida que nos han dado.

¿Lo siente así?

Creo que sí. Después de verlo con el equipo, de ver fotos, de haber compartido cómo cada uno lo vivió, como quedó la máquina...

¿Siempre fue relajado con el tema del cinturón de seguridad?

No lo soy en un auto, por ejemplo. Súbeme a un avión o a un barco: ahí soy súper paranoico. Pero en el bus hay personas que están manejando, puedes caminar, etcétera. Es nuestro bus; ¡pero el combo en el hocico que nos llegó por ese relajo! No te puedes relajar. No puedes hacer eso.

¿Cómo cambió su manera de ver su vida como músico, casi siempre en la ruta, tras este accidente?

Lo primero es andar muy sensible, muy llorón, andas todo “uy mi tacita. Uy la alfombrita” (se ríe). Piensas mucho en tus hijos, en los que siguen, en tu madre, tus compañeros. El haber estado todos juntos fue algo muy especial, aparte después de estar en un lugar tan potente energética­mente como Pucatrihue; los cultrunes y las trutrucas sonaron fuerte en mí durante ese accidente. Hay mucho que hacer, pero sobre todo recuperar la prudencia, bajar la locura, primero está uno, están los tuyos. A veces uno va y va y va, y le pone y le pone. Pero no: cálmate un poco. Ya no vamos a viajar más de noche, a no ser que sean distancias cortas. Y estas carreteras hay que pegarles una miradita. Hay mucha neblina, la gente quema cosas...

Pero más allá de las carreteras, en su caso hay un mea culpa de decir: “la embarré en no usar cinturón”.

Por supuesto que sí. No hay que poner a prueba el destino. Nosotros estábamos probándolo, pero con cero conciencia. Yo creo que también fue un poco de soberbia. Tenemos nuestros choferes, pero ellos son humanos, se pueden cansar igual que nosotros.

¿Qué responsabi­lidad tuvo el chofer? Según los primeros reportes, se quedó dormido.

Yo no sé, es parte de nuestro equipo. Es como si yo me hubiese quedado dormido. Para mí es muy difícil entender lo que pasó, porque no viví eso. Yo solamente me junté con mi gente 20 días después, para conversar y hablar qué es lo que nos pasó. Y ahí me pude dar cuenta de la dimensión de lo que había sucedido. Sé que había muchísima neblina, que incluso el chofer pidió que nadie se fuera para delante, por la neblina, entonces había una cierta conciencia de que el camino era peligroso. Aquí me parece que hubo un reventón de neumáticos, una cosa así, porque el bus no había cómo controlarl­o. Lo que yo sentí es que estuvimos mucho rato tratando de controlar a la bestia.

¿Viajan en condicione­s óptimas los músicos chilenos, sobre todo luego de shows nocturnos, en distancias largas, en las carreteras?

La gente se hace una idea bohemia de todas estas cosas. Pero esto es un trabajo. En mi caso, somos 22 personas en un bus. La gente quizás cree que nosotros nos emborracha­mos y todo, pero si fuera así no podríamos hacer este trabajo. En nuestra realidad somos capaces de arrendar un bus que nos presta servicios, con choferes nuestros, que saben que el bus es tu casa, es tu camarín, porque muchas veces llegamos a ciudades pequeñas que tienen todo el amor para darte, pero no tienen estructura para recibir a 22 personas. A veces uno llega a un pueblo donde no hay un restaurant­e que nos pueda atender; tiene que ver con nuestra realidad tam-

bién. Tenemos colegas mayores de nosotros que son de la vieja escuela, de viajar todos en una van y va manejando el baterista o el bajista. ¡Eso es un delirio! ¡Eso no se hace! Eso es un suicidio, es poner en riesgo a todo el equipo, es inadmisibl­e.

¿Viajó alguna vez así?

Mucho en mi vida. Mucho. Pero cuando probableme­nte tenía la edad para hacerlo, cuando no existía otra alternativ­a. Eso se hizo mucho en Chile: llegar, bajarte de un bus de línea con tus instrument­os y esperar que viniera a lo lejos un compadre con un triciclo a llevarse los instrument­os. ¡Rock and roll baby! Ese era el rock and roll de Chile.

¿En algún punto del tratamient­o temió no poder volver a tocar por un tiempo largo?

Sí, sí. Cuando me empezaron a poner cosas en el cuerpo, ahí me bajo un poquito el susto. Cuando me drenaron para sacar el golpe, me pusieron un maletín así (hace el gesto de algo grande), fue una situación humillante (risas). Y ahí daba un poquito de susto, pero también tuve dos ángeles que hacían que no me echara a morir, ellos me sacaban a caminar, trataban de normalizar mi estadía. Eran los kinesiólog­os, fueron maravillos­os.

¿Fue duro ponerse en el escenario más difícil para un músico?

Sí, porque te mientes harto. Te mientes porque dices: ‘si no puedo cantar, entonces voy a poder tocar; si no puedo tocar, entonces voy a cantar’. Te vas inventando cosas, porque en el fondo estás cagado de miedo. Pero no quedé con secuelas. Puedo volver a tocar. La guitarra aún me cuesta un poquito tomarla, por las costillas, pero el resto todo bien. Debo seguir haciendo mi vida normal, pero sin alardes.

¿Con qué se conectó espiritual­mente en los momentos más complejos de la recuperaci­ón?

Con todo, si te digo que en el momento se me apareció hasta el Tío Lalo, mis amigos de la isla, mis seres queridos, el chico Cristián (N de la R: histórico guitarrist­a de su banda fallecido en 2014); ellos estuvieron conmigo todo el rato. Y eso tienes que ir digiriéndo­lo, porque estás en un hospital público donde hay mucha gente que te quiere proteger, pero también mucha que te quiere ver o sacar una foto. Había mucho cuidado de parte del personal de que eso no pasara.

¿Pensó por un momento en Jorge González o Álvaro Henríquez? Son músicos que casi de un instante a otro cayeron en problemas de salud que les impidió ser los mismos de antes.

Creo que hay ciertas soledades que son soledades sagradas de cada uno y esas son muy conmovedor­as, porque son muy difíciles de expresar. A mí me toca mucho ese tema, porque detrás de cada uno de esos casos hay un niño; ingenuo, cándido, que se cree el dueño del mundo y que cree va a vivir para siempre. Ese niño nunca muere, pero a veces es traicionad­o. Y en el caso de Jorge, ese niño fue traicionad­o.

¿De qué manera?

Por el destino, porque cada uno tiene su forma de llevar la vida, de conducir su vida. Me conmueve, porque hay una soledad que no se comparte, pero que se siente y se respeta entre colegas.

Lo de González y Henríquez son casos además de esfuerzo: pese a toda la adversidad, igual lucharon por volver a los escenarios.

Es que ese niño no te permite ponerte grave. Grave se tiene que poner otro, la gente que está alrededor tuyo, pero uno no puede ponerse grave, uno sigue adelante con lo que sea, porque como músico nació para esto. Los que están alrededor te piden calma, pero uno quiere tocar, porque sabe que tocando se sana, que estando en el lugar en que tienes que estar te sanas. Yo si me quedo en mi casa mucho tiempo voy a estar pensando en puras huevadas po’ (se ríe).

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► El músico posando para la cámara ya recuperado en su estudio.

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