Hacer política
La política y los políticos no gozan de buena salud reputacional; la gente no les cree y piensa que su primera prioridad no es resolver sus problemas, sino mantener su cuota de poder y privilegios. Este diagnóstico es, en general, injusto; porque los políticos no hacen más que responder a los incentivos que la propia sociedad les coloca a través de los medios de comunicación de masas. En buena hora esta actividad dejó de ser propia de una élite de hombres, para convertirse en una cuestión masiva, en que cada persona, sin importar su clase, condición o capacidad de consumo -algunos pondrán el grito en el cielo- se forma su propia opinión y resuelve si vota o no y, de hacerlo, por quién.
Pero la contrapartida es que, por esta vía, las encuestas han empezado a ser el oráculo y los encuestadores verdaderos augures, a quienes los políticos acuden con regularidad y asiduidad para auscultar los signos de los “dioses”. Es verdad que ya no se requiere sacrificar un animal para “leer” el futuro en sus intestinos, pero abrir una planilla de datos, al final del día, no resulta tan diferente. Así, la política, vale decir, el empeño por proponer un proyecto de organización del poder y, por ende, de forma de la sociedad, ha sido reemplazada por la actividad meramente electoral, que no es otra cosa que el esfuerzo del político, frecuentemente estéril y la mayor de las veces poco digno, por agradar a la “señora Juanita” y, mejor aún, también a su marido/pareja, hijos, vecinos, etc.
Esfuerzos por plantear temas que se afinquen en problemas reales y que tengan el contenido simbólico para proponer un rumbo, para darle un sentido definido al poder y, en última instancia, una noción de lo bueno en las relaciones sociales, casi no hay. Y desde la centroderecha menos.
Por eso, Aula Segura y la discusión que la ha acompañado es un acierto tan excepcional, porque alínea desde las raíces filosóficas del proyecto político del gobierno actual, pasando por una necesidad concreta y acuciante para cientos de miles de familias, hasta el impacto “electoral” indispensable. Porque la buena política, esa con mayúsculas, no prescinde de lo electoral, pero no se agota en ella. La buena política termina en la encuesta, determinándola; mientras que la otra empieza en la encuesta; por eso es que la eleva al altar de los augures e intenta seguirla con la fe del animismo.
De lo que nos habla el proyecto es del ejercicio de la libertad individual -me encantan las dos palabras-, de la responsabilidad por los propios actos y del respeto indispensable a la autoridad. Por fin alguien haciendo política. Una vez que le toque al pueblo..., de derecha.