Los efectos del crimen de Jamal Khashoggi
La muerte del periodista saudita Jamal Khashoggi al interior del consulado de Arabia Saudita en Estambul, no sólo ha traído a la memoria los sucesos de la Guerra Fría, sino ha dejado en evidencia las profundas disputas políticas que atraviesan Medio Oriente y que se han acentuado desde el estallido de la Primavera Árabe, a principios de 2011. Más allá del inaceptable crimen cometido al interior de la legación diplomática, cuyos detalles precisos -más allá de las presiones internacionales- probablemente nunca se sepan, el hecho no sólo ha llevado las relaciones entre Riad y Occidente a su peor nivel en años, sino que ha puesto en jaque a quien era visto como el gran reformador del régimen saudita, el príncipe heredero Mohamed bin Salman.
Aún es difícil prever los alcances que tendrá lo sucedido en Estambul, pero lo cierto es que la errática actitud mantenida hasta ahora por Arabia Saudita, desde el estallido del caso, ha acrecentado los cuestionamientos hacia al régimen. Riad negó inicialmente los hechos; sugirió luego que la muerte se debió a una pelea al interior de la legación diplomática, y reconoció finalmente ayer que el crimen fue “premeditado”. Paralelamente detuvo a 18 personas. Todo ello parece responder, sin embargo, más a un intento de control de daños que a un verdadero compromiso por aclarar lo sucedido, en especial considerando el golpe que el crimen significó para el llamado “Davos del Desierto”, la iniciativa de negocios lanzada por Bin Salman el año pasado.
Pero más allá del terremoto político interno en Arabia Saudita, el crimen de Khashoggi ha dejado en evidencia el intento del presidente de Turquía, Racip Tayyip Erdogan, por reforzar su influencia en una región atravesada por la disputa entre chiitas y sunitas, cuyos principales referentes son Irán y Arabia Saudita. Desde su llegada al poder, Bin Salman ha buscado contrarrestar la influencia iraní. La disputa con Qatar y la guerra en Yemen entre los rebeldes chiitas y el gobierno son prueba de ello. Pero Erdogan también apuesta a asumir ese liderazgo y el príncipe heredero saudita surge como un claro rival. Ante ese escenario Estados Unidos y Occidente deberán jugar sus cartas y si bien es poco probable que lo sucedido ponga en jaque la histórica alianza entre Washington y Riad, no es descartable que el precio a pagar termine siendo la salida del príncipe heredero.