La caravana: ¿quién pierde?
Los cerca de siete mil migrantes centroamericanos que están avanzando desde el sur de México hacia la frontera con Estados Unidos bajo los reflectores (a los cuales se podrían sumar más) se han convertido en un problema político para mucha gente.
Para los gobiernos centroamericanos, especialmente el de Honduras, donde la caravana se originó, el desafío es triple: la estampida expone las feas realidades de países cuyos habitantes escapan; la izquierda local, que en Honduras jugó un papel importante en el origen de la caravana con el inefable expresidente Manuel Zelaya a la cabeza, tiene un argumento contra “la derecha” porque los esfuerzos oficiales para atraer a los migrantes de regreso parecen un acto de servilismo ante Washington; por último, por ser esos esfuerzos hasta ahora inútiles, existe el riesgo de que la amenaza de Donald Trump de cortar la asistencia a dichos países se materialice.
Para México, es igualmente embarazoso. Se ha agudizado una divergencia entre el gobierno saliente de Peña Nieto y el gobierno entrante de López Obrador: el primero lleva años aplicando una política de deportaciones financia- da por Washington y el segundo ofrece acoger a los inmigrantes. Además, han quedado expuestos los detalles de una política que México preferiría que no pasara por las luces y taquígrafos de la prensa: desde que Barack Obama presionó a ese país en 2014 para que se encargara de los centroamericanos que pretendían llegar hasta Estados Unidos, el gobierno mexicano ha deportado a medio millón de personas (más de 80 mil el año pasado). Es difícil para los mexicanos que critican la política migratoria de Donald Trump reprochar al vecino del norte aquello que ellos mismos hacen con sus vecinos de más al sur.
Por último, el hecho de que la caravana atravesara la frontera con México por el río a pesar de los esfuerzos de la fuerza pública para impedir que lo hiciera a través de un puente, ha desatado un bronco debate interno, muy parecido al que se da en todos los países, entre los defensores y detractores de la inmigración.
Para Estados Unidos, el asunto también es complicado: si los migrantes llegan a la frontera, el gobierno tendrá que elegir entre una política represiva con una muy desagradable publicidad mundial o una actitud humanitaria, en cuyo caso la política de mano dura de Trump quedará en ridículo… a pocos días de las elecciones para renovar el Congreso.
¿Hay algún ganador? Uno tiene la tentación de decir que el ganador potencial son los críticos de Trump, quien, a medida que los migrantes avanzan, se va colocando entre la espada y la pared. Pero lo cierto es que el propio Trump podría resultar siendo el improbable ganador. Esos siete mil migrantes le permiten volver a agitar una de sus banderas ideológicas en vísperas de unas elecciones en las que una tiene necesidad imperiosa de evitar que los demócratas le arrebaten la mayoría en el Congreso.
Hasta hace poco, el triunfo demócrata parecía inevitable. Pero la buena marcha de la economía (hasta ahora) y el hecho de haber podido colocar dos jueces conservadores en la Corte Suprema han fortalecido parcialmente al Presidente ante el electorado conservador. Nada le puede venir mejor, ante ese electorado enemistado con la inmigración, que esta caravana. Es casi la imagen anticipatoria de la “invasión” de extranjeros que los republicanos acusan a los demócratas de querer promover.
No sabemos cuál será el desenlace del drama de esas familias migrantes: los réditos –y los costospolíticos habrá que repartirlos cuando sepamos el final. Pero hoy no se puede descartar que lo que parecía un grave desafío para Trump resulte siendo una ayuda providencial.