La Tercera

Vieja linda

- Jorge Navarrete

Graciosa y ladina cuando cualquier ocasión se lo permitía, pero profunda en su dolor y resilienci­a. Tierna y acogedora, aunque severa y estricta cuando de valores y principios se trataba. Valiente y con una voluntad inquebrant­able, pero siempre respetuosa, incluso con aquellos que nunca se lo merecieron. Aunque su mayor singularid­ad, y quizás en aquello se resume todo lo anterior y mucho más, fue su radical sentido de la dignidad.

Ana González perdió a su marido, a dos de sus hijos y a una nuera embarazada de tres meses, a manos de la DINA; que después de ser detenidos y torturados en Villa Grimaldi, fueron presumible­mente ejecutados y hasta el día de hoy desapareci­dos. Ese día se inició una tan infatigabl­e como infructuos­a búsqueda, la que consumió su vida, muriendo a los 93 años sin la reclamada justicia por el infierno padecido.

Quizás hay algunos que, a esta altura de esta columna, se estén lamentando por la ideológica intenciona­lidad de reflotar un “tema político”. Otros, algo más sensatos, nos reprochará­n la incapacida­d para dar vuelta la página, dejar el pasado y mirar hacia el futuro. Pero humilde y sinceramen­te me pregunto: ¿Cómo es posible hacer eso cuando después del horror que vivieron tantos, hemos –por acción y omisiónpre­tendido superar lo ocurrido por la vía del olvido, como suponiendo y también deseando que el solo paso del tiempo pueda subsanar la posterior crueldad y abandono que conlleva la ausencia de verdad y justicia?

Fue la misma Ana, quien el año 2007, en una carta abierta al Comandante en Jefe del Ejército, lo expresó de manera sencilla y contundent­e: “Cuando niña, aprendiend­o de nuestra historia patria, se me grabó el gesto del Almirante Miguel Grau, al devolver a la viuda de nuestro héroe Arturo Prat, sus cartas y pertenenci­as. Qué nobleza, y era el enemigo. ¿Por qué a nosotros no nos devuelven los huesos de nuestros amados, chilenos que fueron masacrados por otros chilenos? Le aseguro que el país avanzaría por el camino del honor, la grandeza y la recuperaci­ón de su salud mental”.

La profunda degradació­n moral que invadió a nuestras Fuerzas Armadas, y muy especialme­nte al Ejército –esa misma que muchos antes justificar­on cuando la institució­n cobijaba a asesinos, pero que ahora la reprochan cuando se ampara a ladrones- es también reflejo de lo que nos ha ocurrido como sociedad. Los cómplices pasivos no son sólo los que sabiendo, colaboraro­n o callaron. También de cierta forma lo somos todos quienes, en vez de hacer homenajes o escribir columnas con motivo de su partida, deberíamos preguntarn­os cuánto hemos dejado de hacer para de verdad honrar su muerte, su causa y su historia. Nuestra historia.

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