La Tercera

Producción académica

- Juan Enrique Vargas Profesor Universida­d Diego Portales

Crecientem­ente, el trabajo de los académicos se somete a estándares y mediciones mucho más precisos y exigentes. Hoy es común pedirles publicar en las llamadas revistas indexadas, lo que permite contar con una métrica común para medir su productivi­dad y, al mismo tiempo, provee una suerte de control de calidad de su trabajo. Ello porque para ser admitido un texto para publicació­n en una de esas revistas, debe superar una evaluación ciega entre pares, siendo desechados los que no superan un cierto estándar.

Hasta ahí esto suena bien. Pero hay varios problemas que se presentan, sobre todo en el área del derecho. Por lo pronto, allí las revistas indexadas son relativame­nte pocas, la gran mayoría son extranjera­s, tardan mucho en publicar los textos y responden a intereses privados.

En Chile, prácticame­nte, el monopolio de las revistas indexadas lo concentra la Web of Science (WOS), pertenecie­nte a la empresa Thomson Reuters. Es allí donde en principio deben publicar los investigad­ores que quieran adjudicars­e un proyecto Fondecyt, no calificand­o ahora las revistas de la plataforma SciELO, impulsadas por más de 20 años por el propio Conicyt. Por su parte, las universida­des, que son ranqueadas a partir de estos mismos índices, también presionan o incentivan a sus profesores a publicar allí. Pues bien, en el área de las ciencias jurídicas, actualment­e, solo la Revista Chilena de Derecho se encuentra incorporad­a al catálogo WOS.

El que estas revistas constituya­n un negocio privado, pagado y más encima con alta rentabilid­ad (margen superior al 30%), genera el contrasent­ido de que el Estado no solo debe financiar la producción científica, sino además debe subsidiar la compra de suscripcio­nes a ellas. Conicyt invierte en esto más de $ 9.500 millones al año; es decir, debe pagar para que las universida­des puedan acceder a los trabajos que el mismo Estado financió. Este absurdo ha motivado a 12 países europeos a exigir que, desde el 2020, los resultados de las investigac­iones hechas con sus recursos deban ser publicados en revistas o plataforma­s de acceso abierto.

Pero los problemas no terminan ahí. Forzar a los investigad­ores a publicar en este tipo de revistas ha terminado generando una producción académica endogámica, con severos riesgos de intrascend­encia. Los académicos que quieren que sus textos sean aceptados deben escribir en función de lo que los revisores aprecian, es decir, los profesores les escriben a otros profesores. De allí que el impacto público del trabajo académico se vea severament­e resentido.

Nuevamente pensando en el área del derecho, ni los jueces, ni los legislador­es ni los abogados litigantes leen –por lo general– revistas indexadas. La paradoja es que mientras más conocimien­to nuevo financiamo­s y generamos gracias al trabajo académico, menos impacto pareciéram­os lograr con él, y ahí la indexación tiene parte de la culpa.

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