Brasil y los complejos desafíos de Bolsonaro
Junto con despejar las dudas sobre su compromiso democrático, el presidente electo debe ser capaz de cumplir con las expectativas que ha generado, sin sacrificar urgentes reformas económicas.
Cerca de 58 millones de brasileños eligieron el domingo a Jair Bolsonaro como su próximo presidente. Con un 55% de los votos válidamente emitidos, el candidato del Partido Social Liberal le sacó 11 puntos de ventaja a su rival Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores. Varias son las razones que explican por qué este excapitán de Ejército fue capaz de impulsar el mayor cambio del mapa político de ese país desde el regreso a la democracia. Bolsonaro supo aprovechar el severo descrédito en que está sumida la clase política brasileña a causa de los escándalos de corrupción, que han afectado a un tercio de los parlamentarios y tienen a un expresidente condenado a 12 años y un mes de cárcel. Además, capitalizó el profundo descontento generado por la peor crisis económica que ha afectado a Brasil desde que se tenga registro, y prometió revertir los niveles de criminalidad que tienen a 20 ciudades de ese país entre las 50 más violentas del mundo.
El nivel de hartazgo de la población frente al panorama de descomposición política y de debilidad económica del país es tal, que ni siquiera el perfil misógino, homofóbico y xenófobo del presidente electo de Brasil fueron impedimento para que una amplia mayoría optara por él. El escenario que se abre ahora, sin embargo, resulta incierto y solo será posible juzgar efectivamente al nuevo mandatario una vez que esté en funciones.
Dentro de los casi 60 millones de brasileños que eligieron a Bolsonaro se esconde una gran diversidad que juzgará al futuro gobernante a la luz de las expectativas que cada uno puso en él. Los tres ejes de su campaña fueron las reformas económicas destinadas a reducir el abultado déficit fiscal, la lucha frontal contra la delincuencia –para lo cual ha prometido reforzar a las policías y limitar las garantías de los acusados de delitos– y un discurso valórico conservador. Su principal desafío ahora será sumar los apoyos políticos necesarios en un Congreso profundamente fragmentado para llevar adelante su agenda.
Las dudas sobre su compromiso democrático y constitucional –que el propio Bolsonaro intentó despejar en su primer discurso tras el triunfo– rondarán inevitablemente en los primeros días de su gobierno y solo podrán ser despejadas por cómo aborde los desafíos que tiene por delante. El más urgente de todos es, paradójicamente, el más complejo: el necesario ajuste económico con el que promete reducir el déficit fiscal. Para ello ha prometido recortar el número de ministerios, impulsar un agresivo plan de privatizaciones y reformar el virtualmente colapsado sistema de pensiones que hoy consume el 40% del gasto fiscal.
El actual mandatario, Michel Temer, ha llevado adelante algunos cambios en esa dirección, a costa de una popularidad que se ha desplomado a menos de un 5%. Por ello, será decisivo ver la capacidad de maniobra del futuro mandatario para equilibrar la urgente necesidad de cambios económicos que requiere el país, con el eventual ruido que esos cambios puedan generar en la calle y en diversos grupos de poder. En ese escenario, la reforma de pensiones será probablemente su prueba de fuego.