La fronda democrática
Ganó Jair Bolsonaro y la derecha chilena saca cuentas alegres, mientras en la izquierda lloran la derrota del Partido de los Trabajadores y el ocaso de Lula da Silva. Sin embargo, nuestra ensimismada “fronda democrática” –parafraseando a Alberto Edwards Vives— lee mal el fenómeno Bolsonaro. Este es de derecha, por supuesto, pero lo que condujo a su victoria es parecido a lo que llevó al izquierdista Andrés Manuel López Obrador a triunfar hace unos meses en México: el hastío masivo con un modo de ejercer el poder que ignora las necesidades de la gente, atenta contra sus tradiciones más queridas y se concentra en los intereses de unas élites frívolas y distantes. Con sus particularidades locales, eso es lo que está detrás del éxito de Donald Trump en EE.UU., Syriza en Grecia, el Partido Ley y Justicia en Polonia, el premier Viktor Orbán en Hungría, el presidente Rodrigo Duterte en Filipinas y lo que hace comprensible que en Italia gobierne una alianza entre la derechista Liga Norte y el izquierdista Movimiento Cinco Estrellas.
Estos liderazgos pretenden refundar un sistema que consideran podrido por la corrupción, la ineficacia y la insensibilidad de las élites. En su discurso el domingo, Bolsonaro lo dijo con claridad: habló de “quebrar paradigmas” y prometió que el énfasis no estará en “respuestas inmediatas”, sino en “reformas que crearán un futuro para los brasileños”.
Las élites todavía no asimilan este mensaje. Siguen sin entender la amenaza que enfrentan y continúan creyéndose moral e intelectualmente superiores a los populistas. Bolsonaro es el último de los líderes de su tipo que ha obtenido un triunfo rotundo después de haber sido ninguneado y acusado de ignorante, extremista y loco por un establishment incapaz de comprender la marea de insatisfacción que impulsa a los candidatos populistas.
Tal como la fronda aristocrática descrita por Edwards Vives operaba en favor de sus intereses contra un Estado fuerte e impersonal, nuestra actual “fronda democrática” insiste en su indiferencia egoísta respecto de una población que comienza a repudiarla.
La actitud vuelve a manifestarse hoy, cuando la derecha tradicional celebra un triunfo como el de Bolsonaro, que no le pertenece ni entiende, y la izquierda lamenta una derrota que tampoco está en condiciones de comprender. Si no se dan cuenta de que el populismo es una amenaza para ambos sectores y que deben hacerse cargo de problemas y relatos que hasta hoy no han podido/querido encarar, existe la posibilidad de que la “fronda democrática” termine sufriendo en un futuro no lejano la suerte que hoy están corriendo sus símiles en muchas partes del planeta y que ayer padeció su predecesora, la fronda aristocrática.