La Tercera

Impuesto a los combustibl­es y bien común

- Claudio Agostini Escuela de Gobierno, Universida­d Adolfo Ibáñez

Tal como ha ocurrido muchas veces antes, frente al aumento en el precio del petróleo, que provocó un alza en el precio de los combustibl­es, muchos salieron a pedir la eliminació­n del impuesto específico. Pero hacerlo sería un error.

A nadie le gusta pagar impuestos, pero están los que son óptimos y uno quisiera tenerlos siempre, incluso si no necesita la recaudació­n. La razón es que mejoran la eficiencia en la asignación de recursos, al reducir externalid­ades negativas. Aunque sea repetitivo decirlo, el impuesto a los combustibl­es es precisamen­te uno de ellos. El consumo del petróleo y sus derivados está directamen­te asociados a una mayor contaminac­ión, congestión y accidentes de tránsito. En el caso de los camiones, no sólo contaminan y congestion­an más, sino que destruyen los caminos.

Contrario a lo que muchos creen, el impuesto a los combustibl­es no se creó en 1986 para financiar la reconstruc­ción después del terremoto de 1985, sino que existe desde el 9 de junio de 1948, cuando la ley 8.918 estableció un impuesto de $0,16 por litro.

Lo que sí ocurrió en 1986 fue que se introdujo una tasa de impuestos menor para el diésel que para las gasolinas. Esa diferencia, que era originalme­nte de solo 0,5 UTM por metro cúbico, ha aumentado hasta llegar a la actual de 4,5 UTM a favor del diésel (1,5 UTM versus 6 UTM).

Esta diferencia genera una distorsión en favor de los camiones y los automóvile­s con motor diésel que debería eliminarse, ya que este combustibl­e es mucho más contaminan­te; distorsión a la que, además, hay que agregar el hasta 80% del impuesto al diésel que se devuelve a los camioneros, con lo que no se cumple el principio de “quien contamina paga”.

Los insumos productivo­s como el diésel tienen que tener el precio correcto, el cual incluye las externalid­ades que generan; cosa que hoy no ocurre. Lo adecuado sería igualar la tasa de impuesto a las gasolinas y al diésel, y además dejar de devolver el impuesto pagado.

¿Por qué razón se mantiene e incluso aumenta esta distorsión en el tiempo? La respuesta es muy simple: los camioneros son un grupo de presión poderoso, al que todos los gobiernos temen. Es así como con el paro que hizo la Confederac­ión Nacional de Dueños de Camiones en 2008 consiguier­on un aumento en la devolución del impuesto.

Sin duda, siempre van a existir grupos de presión, pero el Estado tiene el deber de hacer lo que es correcto para el bien común, y ese creo que es hoy uno de los mayores desafíos para las políticas públicas en Chile.

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