Gigante desproporcionado
Triunfa Bolsonaro y nadie repara en que es un acontecimiento tanto más local que global. Podrá hacernos pensar en Trump, Orbán, Conte, Strache, Farage o Le Pen, todo lo que se quiera pero, admitámoslo, el fenómeno recuerda una larga historia populista brasilera (Vargas, Kubitschek, Quadros, Goulart, Collor o Lula), asimismo una serie de gobiernos o tutelas militares durante 50 de los primeros cien años desde la instalación de la república en 1889.
No sólo desmesuras de tipo político habría que, además, rememorar. El país pareciera prestarse para todo tipo de caricaturas e hipérboles. Desde que se volviera imperio cuando la monarquía portuguesa se trasladó a su colonia, escapando de Napoleón, para empezar. A lo largo del siglo XX, de todas maneras. Recordemos lo del “país del futuro” que retratara Stefan Zweig a fines de los años 30. El país de Carmen Miranda (“Banana is my business”) y sus vistosos tocados con flores, plumas y frutas exóticas promocionado por Hollywood en los 40 y 50. El personaje de “José Carioca” de Walt Disney también de los 40. Otro tanto, Brasilia, esa “operación de sátrapa indiferente”, según Adolfo Bioy Casares, en que “para comprar un cepillo de dientes, el huésped del hotel recorrerá sesenta kilómetros, ida y vuelta”.
Ya lo decía Zweig. Brasil no admite conclusión definitiva alguna tratándose de un país de estas dimensiones. Es tan arrollador su crecimiento que, mejor, ni intentarlo. Razón tenía. Zweig mismo se equivocará rotundamente cuando olvide su propio consejo. Figúrense: pronosticó que el desarrollo haría desaparecer las favelas, llegando a sugerir que se conservara algún vestigio de ellas “como documentos auténticos de la vida en plena Naturaleza en medio de la más brillante civilización”. Algo parecido le ocurrió a Irving L. Horowitz cuando, en 1964, al publicar su libro Revolución en Brasil, que anticipaba una segunda Cuba si no una segunda China, vino el golpe y los “gorilas” que derrocaron a Goulart. Cómo olvidar, a su vez, el traspaso de poder en 2010 de Lula a Rousseff; a nadie se le pasó por la cabeza entonces lo de nuestros días.
Brasil es como la Ópera de Manaos en medio de la selva, con mármoles, bronces y azulejos importados. Su mezcla de gente, sus riquezas y pobrezas, su corruptela y 65 mil homicidios anuales, lo vuelven de nuevo en lo que es: una sobredimensión no decantada, una exageración difícil de procesar, a menudo demasiado bamboleante. “Olha que coisa mais linda/ Mais cheia de graça/ É ela, menina/ Que vem e que passa/ Num doce balanço/ A caminho do mar”. Y, ahora, Bolsonaro viene a ser su “bossa nova”, nuevo estilo y última definición cliché. ¡Uf! Qué país.