La Tercera

Payaso lento

- Por Juan Manuel Vial

En Tema libre, el que tal vez sea el más personal de sus libros, Alejandro Zambra elabora profundas divagacion­es literarias al tiempo que trata con un humor valiente, descarnado, ciertos aspectos de su personalid­ad.

Pese a que los contenidos de este libro son variados – conferenci­as, ficciones y ensayos en torno a asuntos literarios–, prima aquí, de principio a fin, un tono personal, en ocasiones personalís­imo, que le permite al autor abandonar con frecuencia tal condición y convertirs­e en la clase de individuo con que el lector se sentiría cómodo en casi cualquier situación. Esto siempre resulta grato de descubrir en escritores que uno admira, como ciertament­e me sucede a mí con Alejandro Zambra, pero lo es aun más en este caso, puesto que Zambra demuestra en estas páginas una capacidad memorable para reírse de sí mismo. Y es bien sabido que la madurez –en cuanto a hombre, autor o escritor– tiene mucho que ver con ello.

A los veintitrés años, Zambra era profesor en un colegio de Curicó. Viajaba dos veces por semana al sur y se enfrentaba a estudiante­s de enseñanza media “que eran completame­nte indiferent­es a cualquier cosa que yo les dijera y demostraba­n esa indiferenc­ia tirándome papeles a la cara”. Dos décadas más tarde, el escritor se regocija de anunciar que la primera palabra pronunciad­a por su pequeño hijo fue papá: “La dice todo el tiempo, es la única palabra que dice. Todavía le cuesta, eso sí, la bilabial oclusiva sorda p, por lo que momentánea­mente la reemplaza por la bilabial nasal sonora m”.

Aludiendo a la reconocida lentitud con que habla, Zambra tiene un par de cosas bastante ágiles que decir. La primera es que manifiesta aprensione­s al respecto, “porque hablar lento suscita la sospecha de estupidez”. La segunda, en cambio, guarda relación con sorprenden­tes revelacion­es lingüístic­as: “En los años setenta el chileno Alberto Noya, más conocido por su nombre artístico de Pernito, y sus hijos Tuerquita y Bebé, se convirtier­on en los payasos más famosos de la televisión colombiana. Por eso los colombiano­s piensan que los chilenos hablamos como payasos. Pero yo hablo más lento. Yo soy un payaso lento”.

Por supuesto que no todo es chirigota en Tema libre: aquí abundan profundas disquisici­ones en torno a la escritura, a la lectura (“Lo que ahora espero, como lector, es justo lo que buscaba a los nueve años: no aburrirme”), la traducción y los procesos creativos envueltos en tales actividade­s. La gracia es que estos temas están abordados desde una perspectiv­a tan simple en apariencia, tan inteligent­emente elaborada, tan al alcance de cualquiera, que por algunos segundos, o incluso por un par de minutos, el autor puede hacernos creer que escribir bien es algo igual de simple que barrer o sacarle punta a un lápiz. En este sentido Tema libre es un libro peligroso, ya que puede incitar a cualquier gallipavo a coger la pluma y lanzarse a articular inepcias.

Las confesione­s tampoco escasean en el libro: Zambra reconoce que sonaría mucho mejor decir que aprendió a escribir luego de leer a Huidobro o a Rimbaud, “pero creo que en mi caso todo empezó con esa canción de Roberto Carlos” (“El gato que está triste y azul”). Y si hablamos de canciones, Zambra demuestra el mismo buen oído que sus lectores le conocemos desde hace años, claro que aplicado ahora a esa infamia de cantinela llamada “El amor después del amor”, del inefable Fito Páez: “Cuánto se habrá demorado Fito Páez en escribir esa letra? ¿Cinco minutos? ¿Diez segundos? ¿O nunca la escribió y cuando había que llenar la música le dijeron ‘algo tenés que cantar, flaco’, y él dijo lo primero que se le vino a la cabeza?”.

En una pieza llamada “Penúltimas actividade­s”, Zambra ofrece una serie de terribles y ominosos consejos para armar un primer libro (entre otras actividade­s peligrosas, uno debe incendiar su propia biblioteca siguiendo un orden claramente establecid­o). Habrá libros que se salven de las llamas, nos asegura el autor. Y uno confía en que Tema libre será uno de ellos, pues pertenece a esa rara clase de escritos que uno anhela que jamás lleguen a su fin.

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