La Tercera

Liderazgo democrátic­o

- Patricio Zapata Abogado

Son tiempos difíciles para los liderazgos políticos prudentes y moderados. Las redes sociales, tan valiosas a efectos de dar voz a millones que nunca fueron escuchados, acarrean el riesgo cierto de potenciar los discursos tajantes y maniqueos.

Todos lo hemos visto. Personas respetuosa­s y comedidas en el cara y cara, se transforma­n en verdaderos energúmeno­s a la hora de tuitear. Habituados a moverse en grupos y redes de personas que piensan todos/todas exactament­e igual, individuos que parecían reflexivos empiezan a razonar bajo la lógica de amigo/enemigo. Y así, todo lo que viene de los “nuestros” es bueno. Todo lo que emana de los “otros” es siniestro.

Las encuestas semanales, las buenas, las malas y las feas, se apoderan del debate público. No parecen existir ni el tiempo ni la tranquilid­ad suficiente­s como para ir más allá de la cáscara o la fachada de las “cuñas”. Un video impactante vale más que cien estudios o cincuenta estadístic­as. Sobran los profetas frenéticos. Escasea el periodismo perseveran­te y riguroso. Da la impresión, a veces, que el juego político se juega en una cancha que está construida para otorgar ventaja, de entrada, a los Trump, a los Bolsonaro y los Putin.

Que no se me entienda mal. Como alguien que cree firmemente en el gobierno del pueblo (y no solo en el gobierno para el pueblo), no puedo sino valorar los cambios sociales, culturales y tecnológic­os que desafían el poder de las elites. Debemos felicitarn­os que las personas puedan comunicars­e más rápido que nunca antes y que las formas de protección del poder cedan frente al escrutinio de una sociedad inquisitiv­a.

Vivimos una transición compleja, pero necesaria. En el curso de los últimos 350 años, al menos desde John Locke y el parlamenta­rismo británico, el liberalism­o había construido –con mucho esfuerzo- una serie de mecanismos y controles que ponían cierta distancia –acolchonam­ientoentre representa­ntes y representa­dos. Esto hacía más fácil el trabajo de los políticos. Y si bien es cierto cada 4 o 5 años debían someterse al veredicto de los electores, la mayor parte del tiempo podían dedicarla, con cierta tranquilid­ad, a ponderar opciones y tejer acuerdos. Ya no. Los pueblos están encima de sus gobernante­s. Y si están disconform­es, la rabia se expresará sin filtro ni suavizante.

Este, y no otro, es el contexto en el que hay que valorar el liderazgo político de Angela Merkel. Aun cuando a primera vista podría parecer paradojal rendir este homenaje justo ahora que ella anuncia un retiro programado de la jefatura del gobierno alemán, tiendo a pensar que esa misma decisión de dar un paso al costado viene a confirmar, y a coronar, un tipo de conducción política que debe ser apreciado. Ella es un ejemplo de liderazgo democrátic­o. Como tal, sucumbe ante el inevitable desgaste que implica 13 años en el poder. Pero aun en el contexto del ocaso, su salida es digna. Alemania es más fuerte y grande que antes. No cedió a la tentación de la xenofobia. Merkel demuestra que el liderazgo democrátic­o es posible.

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