La Tercera

El gobierno frente a la crisis de Gendarmerí­a

La autoridad no debe consentir un paro ilegal, si bien es reprochabl­e el escaso avance por resolver los problemas de la institució­n.

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La huelga que iniciaron los funcionari­os de Gendarmerí­a a partir de la madrugada del lunes ha provocado -como era previsible- una serie de trastornos en el funcionami­ento de los tribunales de garantía, además de poner en riesgo la custodia de la población penitencia­ria, lo que de suyo reviste un hecho de especial gravedad.

No resulta aceptable que una repartició­n pública haya recurrido a extorsione­s de esta naturaleza para conseguir la aprobación de un pliego de peticiones, por legítimo que éste pueda ser. Nuestro ordenamien­to jurídico expresamen­te prohíbe que los servicios que provee el Estado se vean interrumpi­dos, y sin que ello sea totalmente depuesto el gobierno no debería consentir en una mesa de negociació­n, ya que ello implicaría validar formas de presión inaceptabl­es en un estado de derecho. Los paros en los servicios públicos lamentable­mente se han convertido en una eficaz arma de negociació­n, a costa del interés de los ciudadanos, lo que ha sido fomentado por distintas administra­ciones, que han sido incapaces de hacer cumplir la ley.

Sin perjuicio de que el Ministerio de Justicia debe abocarse a terminar con esta movilizaci­ón ilegal, parece un hecho irrefutabl­e que la situación que se vive al interior de Gendarmerí­a resulta a estas alturas crítica, porque existen demandas del personal largamente postergada­s y desde el punto de vista de las prioridade­s políticas, la suerte de esta institució­n aparece irrelevant­e. Una clara señal de esto último es que la directora del servicio que nombró esta administra­ción apenas duró unos meses en el cargo, sin que se haya nombrado un director titular.

Bajo la administra­ción anterior salieron a la luz pública una serie de irregulari­dades, como las desproporc­ionadas jubilacion­es que lograron obtener una serie de funcionari­os, valiéndose de artimañas jurídicas que fueron desacredit­adas por la Contralorí­a y luego por la Corte Suprema. El Ministerio de Justicia de la época ordenó una urgente “intervenci­ón” de la institució­n, pero ello no pasó de ser una maniobra efectista, que produjo escasos resultados; también fue objeto de escándalo las revelacion­es de que la ministra de la época dio instruccio­nes directas al director de ese momento para la contrataci­ón de una serie de funcionari­os. Bajo el actual gobierno se constituyó una mesa de negociació­n con el fin de tratar los problemas de la carrera funcionari­a y una mejora en las condicione­s en que el personal de Gendarmerí­a presta labores. Si bien ello logró desactivar una amenaza de paro en el mes de junio, el conflicto que acaba de estallar sugiere que no se han logrado avances, lo que implica un valioso tiempo perdido.

Pese al rol clave que juega la institució­n de Gendarmerí­a -solo en régimen cerrado debe velar por la custodia de unas 51 mil personas-, esta repartició­n ha sido tradiciona­lmente vista como un botín político, produciénd­ose la escandalos­a situación de que incluso aparece asociada a determinad­os partidos políticos. Esta captura por parte de intereses creados debe ser definitiva­mente erradicada; sin una auténtica profesiona­lización de este servicio será impractica­ble que éste se pueda modernizar y operar de acuerdo a los estándares que demanda el buen funcionami­ento del Estado.

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