Juntos y revueltos
La unidad como mescolanza. Tal parece ser, en esencia, la base de la proposición de unificar en una plataforma común a los partidos opositores, desde la DC al Frente Amplio. Los principales voceros de la causa son los dirigentes del PS y del PC, que sueñan con una “Nueva Mayoría recargada”. El problema es que ahora no cuentan con Michelle Bachelet, cuya popularidad fue el pegamento de aquella extraña coalición que partió en 2013, convencida de que gobernaría por muchos años.
¿Y agruparse para qué? Pues, para oponerse más eficazmente al gobierno y juntar votos para las elecciones municipales y de gobernadores regionales. El paso siguiente sería constituir una alianza de gobierno, lo que interesa especialmente a los precandidatos que ya se andan ofreciendo. La prédica de la “unidad sin exclusiones” sirve por supuesto para esquivar las causas de fondo del fracaso de la NM, y en primer lugar las discrepancias insalvables respecto del camino seguido por el país durante los 20 años de la Concertación. La coalición bacheletista se empeñó en reescribir la historia, y falló.
La obsesión por el frente único es una herencia del binominalismo, ese sistema de polarización política que no dejaba ver la diversidad y que acomodaba sobre todo a los partidos chicos, ya que les permitía presionar hasta el límite para lograr cupos protegidos. Pero la obsesión frentista viene también de la tradición de la vieja izquierda de “unir fuerzas contra los enemigos del pueblo”. Y en ese campo hay que reconocer la destreza de los dirigentes del PC.
¿Es concebible una coalición con aspiraciones de gobierno que abarque desde la DC hasta el FA? Cuesta imaginarlo, por supuesto. Si la NM ya era incoherente, ¿qué podría esperarse de un conglomerado aún más heterogéneo? Como es sabido, la NM significó el acorralamiento de la DC, por lo que se supone que ese partido desarrolló cierto sentido de la supervivencia. Sin embargo, varios parlamentarios democratacristianos viven preocupados de sintonizar con los fiscales del progresismo, e incluso hay un senador que se ilusiona con ser el candidato presidencial de la gran alianza. Se dice que ya habría un acuerdo opositor de efectuar primarias para elegir los candidatos a alcaldes; si es así, la DC competirá contra las izquierdas unidas en todas las comunas, o sea, sólo le quedará elegir el color de la soga que le pondrán al cuello.
La DC ganará autoridad si recupera su propia voz y actúa con autonomía. Por supuesto que necesita dialogar con todo el mundo, pero otra cosa es comprarse una camisa de fuerza. Si se trata de alianzas, ¿por qué no concebir una que parta por tomar distancia del populismo y que dispute resueltamente el amplio espacio del centro? Esa es la posibilidad de captar la adhesión de quienes valoran el compromiso democrático, la moderación y los cambios bien pensados. Veremos si la DC se atreve.