La Tercera

Qué gran actriz es Ana Reeves

- Por Rodrigo Miranda

La temporada comienza a cerrar con un hito de esos que dejan huella: Mi hijo sólo camina un poco más lento, del dramaturgo croata Ivor Martinic. Pocas veces en el año logra verse un montaje que dibuje de forma sencilla un retrato familiar sólido y convincent­e, una reflexión sobre el duelo, la devastació­n de una enfermedad, la incomunica­ción y el proceso de aceptación de la realidad.

Es un texto nacido del dolor. Branko (Diego Ruiz) está en silla de ruedas porque padece una enfermedad degenerati­va. La obra registra la cotidianid­ad de su familia durante su cumpleaños 25. La madre (Roxana Naranjo) vive el duelo y aun no puede aceptar que su hijo no caminará más. Rebosante en humor amargo e ironía, el montaje llega al espectador y con- mueve al abordar con un tratamient­o íntimo personajes y temas delicados con los que todos nos identifica­mos con facilidad. No hay nada más universal que la incondicio­nalidad de una madre negándose a nombrar la enfermedad de su hijo y una abuela enferma de Alzheimer (Ana Reeves) aferrándos­e a la memoria ante la pérdida de sus recuerdos. Lo único que conserva son hilos de lucidez, flashazos sobre devastador­es incendios, quizá una alusión a la Guerra de los Balcanes del autor. Todos los miembros de esta familia tienen discapacid­ades y con seguridad más graves que la de Branko.

Actrices y actores de diversas generacion­es bucean por las profundida­des del drama familiar, lloran, discuten, ríen, se critican, se acompañan y acarician la incipiente barba de Branko. Solo por verlos reunidos y junto a otros talentos más jóvenes merece la pena esta obra. Cómo llena el escenario el excepciona­l elenco femenino, con la expresivid­ad adecuada, control y ritmo. Ana Reeves, bien guiada por la debutante directora Barbara Ruiz-Tagle, se esmera en lograr esa ansiada intimidad sin sentimenta­lismos ni excesos. Reeves hace reír con su incontinen­cia verbal de garabatos, potencia con naturalida­d el conflicto familiar y nos recuerda que el amor y el humor son la única tabla de salvación, el único antídoto frente al dolor. Generosa como ella sola, no busca el lucimiento personal y con compañeris­mo se desvive por dar un buen pie al resto del elenco. Atención con Bárbara Ruiz-Tagle y su auspiciosa carrera como directora.

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