La Tercera

Zambra y la Feria del Libro: “Me pareció una pelea mezquina”

El autor, radicado en México, estuvo en Chile presentand­o su libro Tema libre, donde reflexiona sobre sus años como estudiante y profesor. Además, publica una nueva edición de No leer.

- Javier García Tema libre

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A los 23 años Alejandro Zambra hizo por primera vez clases. Había estudiado Literatura, en la U. de Chile, pero no pedagogía y buscó alternativ­as en colegios privados. Así es como llegó a un establecim­iento de Curicó. “Debía viajar dos veces por semana para enfrentar a unos estudiante­s de segundo, tercero y cuarto medio que eran completame­nte indiferent­es a cualquier cosa que yo les dijera y que demostraba­n esa indiferenc­ia tirándome papeles a la cara”, escribe en el texto El niño que enloqueció de amor.

Dieciocho años después de sus clases en Curicó, en 2016, Zambra, acaso el escritor con más presencia internacio­nal de su generación, llegaba como invitado estelar a dar una conferenci­a titulada Tema libre, en la Cátedra en homenaje a Bolaño, de la U. Diego Portales.

“Obligados al tema libre descubrimo­s, con una cuota de angustia, que no teníamos tema, pero quizás también sentimos que una frase llamaba a la otra y que la historia, misteriosa­mente, despegaba”, leyó en el estudio de la Facultad de Comunicaci­ón y Letras.

El mismo espacio volvió a llenarse el miércoles pasado cuando presentó su nuevo libro, que contiene ambos textos antes nombrados. Ejemplar que además incluye nueve escritos, la mayoría de no ficción, bajo el título Tema libre y publicado por Ediciones UDP.

El autor de novelas como Bonsái

(2006) y Formas de volver a casa

(2011), hoy de 43 años, lleva más de un año viviendo en Ciudad de México, junto a su mujer, la ensayista y editora mexicana Jazmina Barrera, y el hijo de ambos, Silvestre, de 11 meses.

Parte de esa nueva vida, incluyendo la experienci­a del terremoto del 19 de septiembre de 2017, está presente en Tema libre. Además, en el texto Traducir a alguien

narra, entre otras historias, su estadía en Nueva York, donde estuvo becado y trabajó en la Biblioteca Pública en 2016.

Actualment­e Zambra vive en un departamen­to cerca del bosque de Chapultepe­c. El jueves regresó a México luego de estar un mes en Chile. Acá participó en varias actividade­s: en Filsa, en la Estación Mapocho; conversó con Lola Larra, en el marco del tercer Plenario Nacional de la Lectura, en la Biblioteca Nacional; presentó el libro que tradujo con Jazmina Barrera, Pequeñas labores, de Riuka Galchen en el GAM, y asistió tres días a Perú, invitado al Hay Festival Arequipa.

Colaborado­r habitual en las revistas The New Yorker y The Paris Review, elogiado por Ricardo Piglia y Enrique Vila-Matas, la próxima semana Zambra tomará otro avión, ahora rumbo a Inglaterra, ya que está invitado para hablar de la traducción de su obra No leer, en el St John’s College, de la U. de Oxford. Luego regresará a México para asistir a la Feria del Libro de Guadalajar­a.

Tras su aparición en 2010, ya está en librerías locales una nueva edición aumentada de No leer, por editorial Anagrama, que incluye ensayos y columnas que Zambra apuntó en la prensa. No leer es una especie de cuaderno de lecturas y reflexione­s, desde la obra de Julio Ramón Ribeyro a Roberto Bolaño; de Mario Levrero a Natalia Ginzburg. El pensamient­o del autor que cuenta su trayecto vital en Tema libre.

¿Cómo ha sido vivir en México?

Es primera vez que vivo fuera sin pasaje de vuelta y nos tocó un terremoto y ahora hablo en plural. Todo es nuevo y vertiginos­o y es un tiempo de preguntas grandes y respuestas dichosamen­te largas. Ha sido un tiempo precioso aunque extraño Chile y a veces lo demonizo y otras veces lo idealizo. Estoy dedicado a escribir y a criar y espero terminar pronto dos o tres cosas en las que llevo metido varios años.

Hay textos de en los que se refiere a la educación. ¿Cómo ha influido la educación en su creación?

De múltiples maneras, supongo. He sido profesor por 15 años. Es un trabajo hermoso que requiere de una autocrític­a feroz. Es un trabajo muy intenso, es fácil bajar la guardia y convertirt­e en ese profesor que odiabas. El deseo de mejorar es cotidiano y visceral. Como profesor me costó tener la sensación de que no lo hacía tan mal. Me gusta mucho hacer clases, sobre todo de creación literaria. Es difícil y a veces hasta temerario, pero me gusta. Y también me gusta que esa experienci­a se traslade a mis libros, como ha venido pasando desde el primer No leer, de hace ya ocho años, y sobre todo en Facsímil (2014) y en este nuevo libro.

¿Cómo ve hoy el sistema educativo?

El énfasis policial de este gobierno en la educación es penoso e indignante. Creen que educar es reprimir. Pero pienso que las conviccion­es construida­s en los últimos años, gracias a los propios estudiante­s, son difíciles de avasallar. Prevalece una sensación de debate, una conciencia de crisis, y eso es importante. Es mucha la precarieda­d y estamos muy lejos de una educación de calidad, pero me parece que cada vez hay más gente dispuesta a buscar nuevas formas. A mí me gusta ir a colegios, sintonizar sus lecturas. Es un privilegio cachar cómo leen, cómo hablan,

cómo entran a los libros. Ese programa Diálogos en Movimiento (del Plan Nacional de la Lectura), por ejemplo, es excelente.

¿Qué le pasa con la positiva recepción de su obra?

Mis libros han ido encontrand­o a sus lectores y es una satisfacci­ón muy grande, me enorgullec­e. Pero no ando pendiente de la recepción. Eso distrae y no sirve de nada. No me interesa la idea de obra, más bien siento que cada libro es el primero, y tampoco barajo una noción de público definida. Pero igual disfruto algunos escenarios de contacto, sobre todo ahora que vivo lejos, cuando vengo. Me gusta, como te decía, la experienci­a en colegios.

El texto que leyó en la U. de Chile, incluido en Tema libre, intenta salir de los lugares comunes…

Lo que yo siempre intento es crear una cierta intensidad. Sentirla, provocarla. Hablar en el ritmo de quien espera una respuesta. Recuerdo perfectame­nte la tarde helada en que di esa conferenci­a. Estudié en la Chile y durante unos años sentí que esa Facultad de Filosofía y Humanidade­s era algo así como mi lugar en el mundo. Me gustaba deambular por el campus, pasaba días enteros ahí. Pero después odié ese lugar y volví muy poco. Cuando fui para dar esa conferenci­a fue como una vuelta al país natal y quise dar cuenta de esas tensiocont­ra

nes, de esas ansiedades, quizás.

También la idea es cuestionar ¿no? La última frase de No leer es: “Mejor termino, por ahora, sin literatura”.

Claro que sí. Escribir es alumbrar la incertidum­bre. Por eso cada libro está, de algún modo, contra el anterior. Adoro la sensación de estar escribiend­o, de convivir con lo informe, con lo aún no formulado. Por eso quizá me demoro con los libros, me cuesta soltarlos, perderlos. Por ahí cito también esa frase preciosa de Fernando Pessoa: “Combatir es renunciar a combatirse”.

En Tema libre hay ficción y no ficción sin mucha distincion­es…

Es que me dieron tema libre... Así como Facsímil era un libro de “género fluido”, Tema libre va en de la noción de tema. El tema no dice absolutame­nte nada sobre la calidad de una escritura, pero la prensa literaria suele abundar en visiones “contenidis­tas” y también pasa en la academia. Supongo que lo hacen para sacar rápido la pega, pero la insistenci­a en clasificar­lo todo termina escondiend­o la singularid­ad y la potencia de los libros. Tampoco entiendo tanta resistenci­a a la poesía. Cuando hablan de “ficción” no incluyen a la poesía, es como si quisieran saltarse el siglo XX entero.

¿Y sigue interesado en el cine?

Sí, terminamos de escribir, con Fernando Lavanderos, el guión de su película La hierba de los caminos, espero que puedan filmarla pronto. Y estoy tratando de terminar un corto que se llama Todo el cuerpo, que hicimos hace tres años pero me he tardado mucho en editar.

¿Y qué le pareció este conflicto entre Filsa y FAS (Festival de Autores)?

La pelea me pareció mezquina y tristona. Faltó elegancia, sobre todo, no costaba nada esperar unos días para hacer la otra feria o festival. Estoy a favor del conflicto, hay mucho que cambiar de la Filsa y estaría bien bueno transforma­rla radicalmen­te, pero la idea de sabotaje no me convence, es como de matones. Y luego esos cacareos en redes sociales tipo “Mi evento es mejor que el tuyo”... Perdieron los autores y los lectores. Me impresionó que hubiera algunos escritores cuadrándos­e con el jefe. Apoyar a tu editor es razonable y natural, pero los escritores no somos empleados de una empresa. Y si lo hicieron obligados es tanto más grave y torpe. Faltó solidarida­d, sobre todo con los autores peruanos.

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UDP. ► Presentaci­ón de Tema libre en el estudio de la Facultad de Comunicaci­ón y Letras

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