Puerto de Ideas
Aquienes se nos otorga el privilegio de poder trasmitir regularmente opiniones a través de medios de comunicación masivos -como ocurre en la especie-, suele complicarnos escapar de la coyuntura a la hora de pensar la columna; quizás estoy generalizando, pero presumo que no seré el único.
Qué duda cabe que la semana que termina tuvo suficiente agenda doméstica para completar los caracteres asignados con holgura.
Ahí está el revelado encuentro de dos legis- ladores con un delincuente prófugo de la Justicia, sinceramente creo más fruto de impericia que intención, pero por cierto reprochable; ahí está el diputado de gobierno que ha decidido ser conocido a punta de denostar a personas a partir de su condición sexual.
Si se quiere ser positivo a la hora de rescatar hechos, elijamos dos: el despacho del proyecto para dar más seguridad a educandos y educadores, y el acuerdo para el presupuesto del año que ya llega.
Sin embargo, tanto exordio prueba la dificultad de salir de la coyuntura, y por eso creo importante destinar también algún espacio para aplaudir con entusiasmo la octava versión de Puerto de Ideas. Se trata de un festival cultural que se desarrolla anualmente en nuestro puerto principal, esfuerzo privado con la participación de entes públicos nacionales y locales.
He ido a varios de estos festivales a escuchar, aprender, pensar, o a perder el tiempo, como pudiera decir un atleta de lo útil. Como se preguntaba la directora del festival cultural, ¿para qué sirve un fin de semana dedicado a escuchar a un filósofo sobre la importancia de leer a los clásicos, o a un neurocientífico sobre la arquitectura de nuestro cerebro y cómo influye en las decisiones; o a un panel en que pensadores conversan sobre el significado de la denominada corrección política, sorprenderse con los nuevos retos de la astronomía o pensar en las características de los ciudadanos del futuro? Para nada en realidad, salvo para hacernos más humanos y poder habitar mejor el mundo que nos rodea, conforme al espíritu de nuestro tiempo.
Soy un afortunado. Estuve entre los casi treinta mil -en su mayoría porteños- que caminamos cerros y plano para encontrarnos con este bendito inútil fin de semana.
Salir de la coyuntura que a veces atosiga hace sentido, y se agradece que haya un grupo de hombres y mujeres que nos den esa oportunidad, sin las luces y cámaras de otros esfuerzos, pero con resultados notables. Súmese el 2019.
Pero cuando pretendía escapar de la inmediatez, resulta que surge un acontecimiento dramático. Me refiero a los hechos que le costaron la vida al joven comunero Camilo Catrillanca. Como suele ocurrir en momentos como éste, surgen voces terminantes que dictan sentencias absolutorias o condenatorias con premura infundada. Se debe comprender tal actitud en el ámbito familiar y social de la víctima; harto más discutible, en cambio, es comprenderlo en los agentes políticos. Derechamente en nada ayudan, ni al indispensable y urgente esclarecimiento de circunstancias de los hechos, ni al intento necesario de evitar reacciones debilitantes del orden público.
Vienen días complejos, y por ello es indispensable que prime la templanza, la exigencia de verdad, y no la búsqueda de sacar partido pequeño. La envergadura de la situación lo exige.