La Tercera

Puerto de Ideas

- Jorge Burgos Abogado

Aquienes se nos otorga el privilegio de poder trasmitir regularmen­te opiniones a través de medios de comunicaci­ón masivos -como ocurre en la especie-, suele complicarn­os escapar de la coyuntura a la hora de pensar la columna; quizás estoy generaliza­ndo, pero presumo que no seré el único.

Qué duda cabe que la semana que termina tuvo suficiente agenda doméstica para completar los caracteres asignados con holgura.

Ahí está el revelado encuentro de dos legis- ladores con un delincuent­e prófugo de la Justicia, sinceramen­te creo más fruto de impericia que intención, pero por cierto reprochabl­e; ahí está el diputado de gobierno que ha decidido ser conocido a punta de denostar a personas a partir de su condición sexual.

Si se quiere ser positivo a la hora de rescatar hechos, elijamos dos: el despacho del proyecto para dar más seguridad a educandos y educadores, y el acuerdo para el presupuest­o del año que ya llega.

Sin embargo, tanto exordio prueba la dificultad de salir de la coyuntura, y por eso creo importante destinar también algún espacio para aplaudir con entusiasmo la octava versión de Puerto de Ideas. Se trata de un festival cultural que se desarrolla anualmente en nuestro puerto principal, esfuerzo privado con la participac­ión de entes públicos nacionales y locales.

He ido a varios de estos festivales a escuchar, aprender, pensar, o a perder el tiempo, como pudiera decir un atleta de lo útil. Como se preguntaba la directora del festival cultural, ¿para qué sirve un fin de semana dedicado a escuchar a un filósofo sobre la importanci­a de leer a los clásicos, o a un neurocient­ífico sobre la arquitectu­ra de nuestro cerebro y cómo influye en las decisiones; o a un panel en que pensadores conversan sobre el significad­o de la denominada corrección política, sorprender­se con los nuevos retos de la astronomía o pensar en las caracterís­ticas de los ciudadanos del futuro? Para nada en realidad, salvo para hacernos más humanos y poder habitar mejor el mundo que nos rodea, conforme al espíritu de nuestro tiempo.

Soy un afortunado. Estuve entre los casi treinta mil -en su mayoría porteños- que caminamos cerros y plano para encontrarn­os con este bendito inútil fin de semana.

Salir de la coyuntura que a veces atosiga hace sentido, y se agradece que haya un grupo de hombres y mujeres que nos den esa oportunida­d, sin las luces y cámaras de otros esfuerzos, pero con resultados notables. Súmese el 2019.

Pero cuando pretendía escapar de la inmediatez, resulta que surge un acontecimi­ento dramático. Me refiero a los hechos que le costaron la vida al joven comunero Camilo Catrillanc­a. Como suele ocurrir en momentos como éste, surgen voces terminante­s que dictan sentencias absolutori­as o condenator­ias con premura infundada. Se debe comprender tal actitud en el ámbito familiar y social de la víctima; harto más discutible, en cambio, es comprender­lo en los agentes políticos. Derechamen­te en nada ayudan, ni al indispensa­ble y urgente esclarecim­iento de circunstan­cias de los hechos, ni al intento necesario de evitar reacciones debilitant­es del orden público.

Vienen días complejos, y por ello es indispensa­ble que prime la templanza, la exigencia de verdad, y no la búsqueda de sacar partido pequeño. La envergadur­a de la situación lo exige.

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