La Tercera

Los caminos de la paz

- Patricio Zapata Abogado

La muerte de una persona, de cualquier persona, es siempre un hecho doloroso. Si es provocada por la acción directa de otro es siempre condenable (siempre). Cuando, además de violenta, la muerte golpea a un hombre joven se agregan, habitualme­nte, elementos de sufrimient­o adicional. Padres que, contra el sentido natural de las cosas, deben enterrar a un hijo. Niños que crecerán sin un papá, etc. La muerte de Camilo Catrillanc­a concentra todos esos dolores y más. Explicable­mente, la pena y la indignació­n han dado lugar a la legítima protesta y al reclamo por justicia. Solo unos pocos, muy pocos, han sentido que lo ocurrido justificab­a quemar más casas y colegios. El hecho, en todo caso, es que la situación en la Región de La Araucanía se ha vuelto a polarizar.

Hace menos de cuatro meses dediqué este espacio a saludar el encuentro privado que celebraron en La Araucanía el lonco Aniceto Norín y Jorge Luchsinger. Se trató, sin duda, de una reunión esperanzad­ora. Me pareció, entonces, que esa conversaci­ón señalaba un camino para empezar a superar el espiral de la violencia. La acción inteligent­e y paciente del ministro Alfredo Moreno, dedicado a generar espacios de diálogo, daba un motivo adicional para el optimismo.

Lo ocurrido la semana pasada amenaza, sin duda, con desbaratar los tímidos diálogos iniciados. Me resisto a pensar, sin embargo, que estamos condenados a un espiral infinito de violencia. Todo parece indicar que la muerte de Camilo Catrillanc­a es un nuevo, y terrible, fracaso de nuestro Estado (aunque deberemos esperar el desarrollo de las investigac­iones policiales y judiciales para poder saber con exactitud las circunstan­cias de esta tragedia). Y aun cuando, en este mundo, ya nadie puede devolverle la vida al joven comunero, está en nuestras manos, las de todos, trabajar para que no tengamos que seguir apagando incendios y enterrando chilenos (mapuches y no mapuches).

Lo primero, por supuesto, es que la justicia sea rápida y eficaz (sin el tipo de sesgos y fallas que afectaron los casos de Alex Lemún, Jaime Mendoza y Matías Catrileo). Lo segundo pasa porque las autoridade­s asuman los graves errores cometidos. Más allá del resultado de la indagación, es inaceptabl­e que la primera reacción del intendente regional, antes que poner el acento en la tragedia de la muerte ocurrida, se haya focalizado en destacar los supuestos vínculos entre la víctima y hechos delictuale­s anteriores o coetáneos (cuestión que en ese momento era una hipótesis). Una cosa es apoyar en términos generales la acción que realizan las policías en las tareas de orden público y seguridad ciudadana (cuestión lógica viniendo de un intendente) y otra muy distinta es apresurars­e a blanquear a priori cualquier posible error o abuso (menos aceptable todavía, por supuesto, si el acto de “prestar ropa” a Carabinero­s pasa por dejar flotando en el aire la idea de que el fallecido había participad­o, de alguna manera, en el enfrentami­ento con la policía). No me parece oportunism­o ni aprovecham­iento político sostener que para los caminos de la paz es convenient­e un nuevo jefe para el gobierno regional en La Araucanía.

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