Los caminos de la paz
La muerte de una persona, de cualquier persona, es siempre un hecho doloroso. Si es provocada por la acción directa de otro es siempre condenable (siempre). Cuando, además de violenta, la muerte golpea a un hombre joven se agregan, habitualmente, elementos de sufrimiento adicional. Padres que, contra el sentido natural de las cosas, deben enterrar a un hijo. Niños que crecerán sin un papá, etc. La muerte de Camilo Catrillanca concentra todos esos dolores y más. Explicablemente, la pena y la indignación han dado lugar a la legítima protesta y al reclamo por justicia. Solo unos pocos, muy pocos, han sentido que lo ocurrido justificaba quemar más casas y colegios. El hecho, en todo caso, es que la situación en la Región de La Araucanía se ha vuelto a polarizar.
Hace menos de cuatro meses dediqué este espacio a saludar el encuentro privado que celebraron en La Araucanía el lonco Aniceto Norín y Jorge Luchsinger. Se trató, sin duda, de una reunión esperanzadora. Me pareció, entonces, que esa conversación señalaba un camino para empezar a superar el espiral de la violencia. La acción inteligente y paciente del ministro Alfredo Moreno, dedicado a generar espacios de diálogo, daba un motivo adicional para el optimismo.
Lo ocurrido la semana pasada amenaza, sin duda, con desbaratar los tímidos diálogos iniciados. Me resisto a pensar, sin embargo, que estamos condenados a un espiral infinito de violencia. Todo parece indicar que la muerte de Camilo Catrillanca es un nuevo, y terrible, fracaso de nuestro Estado (aunque deberemos esperar el desarrollo de las investigaciones policiales y judiciales para poder saber con exactitud las circunstancias de esta tragedia). Y aun cuando, en este mundo, ya nadie puede devolverle la vida al joven comunero, está en nuestras manos, las de todos, trabajar para que no tengamos que seguir apagando incendios y enterrando chilenos (mapuches y no mapuches).
Lo primero, por supuesto, es que la justicia sea rápida y eficaz (sin el tipo de sesgos y fallas que afectaron los casos de Alex Lemún, Jaime Mendoza y Matías Catrileo). Lo segundo pasa porque las autoridades asuman los graves errores cometidos. Más allá del resultado de la indagación, es inaceptable que la primera reacción del intendente regional, antes que poner el acento en la tragedia de la muerte ocurrida, se haya focalizado en destacar los supuestos vínculos entre la víctima y hechos delictuales anteriores o coetáneos (cuestión que en ese momento era una hipótesis). Una cosa es apoyar en términos generales la acción que realizan las policías en las tareas de orden público y seguridad ciudadana (cuestión lógica viniendo de un intendente) y otra muy distinta es apresurarse a blanquear a priori cualquier posible error o abuso (menos aceptable todavía, por supuesto, si el acto de “prestar ropa” a Carabineros pasa por dejar flotando en el aire la idea de que el fallecido había participado, de alguna manera, en el enfrentamiento con la policía). No me parece oportunismo ni aprovechamiento político sostener que para los caminos de la paz es conveniente un nuevo jefe para el gobierno regional en La Araucanía.