La Tercera

RECLAMO DE RECTORES POR FONDO DE GRATUIDAD

Los problemas de esta política eran previsible­s desde el comienzo, por lo que seguir extendiénd­ola parece poco prudente.

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Estas últimas semanas se ha observado el despliegue de varios rectores presionand­o al gobierno por más recursos para las universida­des. Primero fueron las universida­des estatales, a propósito de la tramitació­n del presupuest­o 2019, y más recienteme­nte, el Consejo de Rectores (Cruch) ha comenzado a pedir un alza de los aportes fiscales para paliar los crecentes déficits que está dejando la gratuidad, y que se espera se agraven a partir del próximo año.

Aun cuando se trata de una situación compleja, lo que está ocurriendo hoy fue anticipado por diversos especialis­tas y, de hecho, fue una de las principale­s críticas durante la tramitació­n de la ley que introdujo la gratuidad en la educación superior. Los rectores lo sabían y aun así decidieron libremente adherirse a esta política. La fijación de aranceles que impone la gratuidad inevitable­mente provoca la merma de recursos que se ha ido observando, y el dejar al Estado como exclusivo financista genera irremediab­lemente la presión por el aumento del gasto público. Ello, sin embargo, no es compatible con el resto de las necesidade­s que tiene el país en ámbitos como la infancia, salud o vivienda, por mencionar sólo algunos. Y tampoco es compatible con la noción de “poner a los niños primero”, alternativ­a que una mayoría ciudadana respaldó en los últimos comicios presidenci­ales.

Aunque es deseable que los rectores no sólo se muevan por sus propios intereses, sino también por el bienestar general del país, también es cierto que hoy existen mecanismos que ayudarían a contener los problemas que está provocando la gratuidad. La solución, sin embargo, no pasa por seguir forzando las arcas fiscales, sino que justamente lo contrario. En primer lugar, eliminando la fijación de aranceles que la ley impone sobre los estudiante­s que aún no son cubiertos por la gratuidad y por quienes exceden de la duración nominal de sus carreras. Al sexto año de estudios, no parece un despropósi­to que el alumno se pueda financiar con una beca, crédito o bien con su propio trabajo. Pretender, en cambio, como lo han hecho los rectores, que el Estado siga aumentando los recursos para financiar su educación superior, sólo es una medida que pronto se hará insuficien­te y nos hará volver al punto de partida.

A la luz de la experienci­a internacio­nal y de lo que se ha visto en estos últimos años en el país, parece sensato frenar la extensión de la gratuidad hacia los alumnos de más altos ingresos y acotarla a los más desaventaj­ados económicam­ente. Ello permitiría compatibil­izar el financiami­ento público y privado de la educación superior, descomprim­iendo la presión sobre el presupuest­o fiscal y dejando espacios para enfrentar otras urgencias sociales. Y dejaría al país con un sistema de financiami­ento estudianti­l mucho más justo y sostenible económicam­ente: gratuidad para quienes pertenecen al 60% más pobre de la población durante la duración nominal de su carrera y becas y créditos subsidiado­s por el Estado para apoyarlos si es que exceden dicho plazo, así como también para el resto de la clase media y quienes requieran de ayuda para costear sus estudios.

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