La Tercera

Crisis uniformada: la oportunida­d

- Por Carlos Correa Bau Ingeniero Civil Industrial, MBA

La última esperanza que tenía La Moneda de salir jugando en la crisis de La Araucanía se está apagando. La encuesta Cadem de esta semana muestra una caída estrepitos­a en la popularida­d presidenci­al, y una asignación de responsabi­lidades claras al gobierno en el episodio de la muerte de Camilo Catrillanc­a. La versión original de un enfrentami­ento que fue repetida sin mayor chequeo por todas las autoridade­s civiles, incluyendo al entusiasma­do ex intendente de La Araucanía, al caerse arrastró tras sí también la credibilid­ad del gobierno que cometió la inocencia, al igual que administra­ciones anteriores, de creer todo lo que venía del mundo policial. La opinión pública sumó a la indignació­n por el crimen, el estupor por el poco control de las autoridade­s civiles en un tema del que la derecha se ha jactado que entiende mejor que sus adversario­s.

La crisis amenaza con extenderse al Ejército. Las revelacion­es de su comandante en jefe en una reunión con su institució­n sobre personal uniformado que vende armas a narcotrafi­cantes son de una gravedad que ameritaba alguna acción más allá de un regaño en privado por el sorprendid­o ministro Espina. El mundo de la clase media emergente urbana, que votó esta vez por Piñera por la promesa de seguridad y crecimient­o explosivo, puede reaccionar ante esto con un rechazo crónico. La mezcla entre la decepción por el desempeño económico y la imagen de ministros que se convierten en cómplices pasivos de las bandas delictuale­s cada vez más armadas, es fatal para el gobierno.

La filtración del audio de dicha reunión mezclada con la explicació­n del general director de Carabinero­s sobre un subordinad­o suyo que destruye evidencia de un crimen para proteger su intimidad sexual, muestra que a los uniformado­s poco les vale el control ciudadano sobre sus actos. El poder de fuego que tienen ambas institucio­nes hace que no sea comparable a casos de corrupción en otras institucio­nes públicas. La pusilanimi­dad de las autoridade­s civiles ante la profunda descomposi­ción moral que significan ambos hechos es más grave aún.

Esta vez, a diferencia del 2011, donde la oposición de entonces decidió de manera unánime convertirs­e en groupie del movimiento estudianti­l, el gobierno no tiene al frente a un bloque que reacciona de manera coral. El hecho de que en el oficialism­o ya nadie hable de 8 años en el gobierno, sino de cómo se las arreglan con un José Antonio Kast que crece y crece, ha hecho surgir el hambre y las agendas propias en la oposición. Curiosamen­te, eso es una oportunida­d para Piñera de olvidarse un rato de las manías de grandeza que lo llevó a fotografia­rse con el ahora inexistent­e Comando Jungla.

El Presidente tiene dos posibilida­des. La primera, que es plantear el hecho cierto que toda esta crisis viene de mucho antes, algo que complacerá a los suyos y fortalecer­á aún más su caída en las encuestas. Una segunda es construir un acuerdo nacional para disminuir la autonomía de los uniformado­s, equiparar los estándares de transparen­cia con los de otras fuerzas armadas de países desarrolla­dos. Nadie de la oposición, incluyendo al Frente Amplio, querrá quedarse fuera de un pacto de tal magnitud que permitiría un cambio cuántico en las relaciones entre civiles y militares. Significar­á costos internos para el gobierno y quizá no implique un alza inmediata en las encuestas, pero al fin le resultará algo que podría exhibir como una segunda transición.

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