La Tercera

PREOCUPANT­ES SEÑALES ANTE INMIGRACIÓ­N . 4-5 CORREO

El país debe tomar los resguardos para que no cunda el sentimient­o antiimigra­ción que se ha despertado en algunos sectores.

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El éxito económico de Chile generó, en términos relativos a la región, un mejor estándar en la calidad de vida que -por primera vez- sirvió de incentivo para atraer una población de migrantes voluminosa y heterogéne­a. Lo cierto es que ahora debemos abordar un desafío que creíamos exclusivo para los habitantes de Europa o Norteaméri­ca y que lenta, pero progresiva­mente, va instalándo­se como factor social y político de alta trascenden­cia.

Bien lo reflejan los resultados de la Encuesta Bicentenar­io conocidos esta semana. Un 85% de los encuestado­s cree que existe un conflicto –mayor o menor- entre chilenos e inmigrante­s y son más (41%) los que están en desacuerdo con que los inmigrante­s le han hecho bien a la economía chilena, respecto a los que se manifiesta­n de acuerdo (30%) con esta idea. Un preocupant­e 44% cree que los inmigrante­s limitan las posibilida­des de encontrar trabajo de los chilenos, cifra que escala al 48% en los segmentos de bajos ingresos. El 75% de los entrevista­dos cree que la cantidad de inmigrante­s que existe en el país es excesiva, aumentando a un 80% en los segmentos bajos o a un 85% en la zona norte del país.

Esta realidad es insoslayab­le y tiene implicanci­as desde el punto de vista sociológic­o, económico y político. Es indudable que la inmigració­n le aportará a la sociedad chilena una heterogene­idad necesaria, que ampliará los bordes culturales y permitirá romper lógicas endogámica­s profundame­nte arraigadas. Por otro lado, es urgente que la política pública recoja esta nueva realidad establecie­ndo, por ejemplo, un proceso más ordenado en materia de inmigració­n y perfeccion­ando normas laborales que limitan excesivame­nte la contrataci­ón de extranjero­s. Es imprescind­ible que no se repita el error cometido en los años previos, donde la evidente laxitud de la autoridad permitió una inmigració­n descontrol­ada, contribuye­ndo a profundiza­r este sentimient­o de desconfian­za y reticencia. Las consecuenc­ias de una falta de aplicación de la ley genera a la larga consecuenc­ias negativas, y de allí la necesidad de recuperar una política migratoria que permita al país beneficiar­se de la inmigració­n, bajo un marco legal moderno y efectivo.

Resulta también indispensa­ble desmitific­ar las supuestas externalid­ades negativas que traería la llegada de extranjero­s. Es un profundo error atribuirle­s a los inmigrante­s males endémicos de nuestra sociedad como niveles de delincuenc­ia altos o la lentitud del mercado laboral para generar nuevos empleos. Es fundamenta­l que la educación forme desde la base ciudadanos que valoren la diversidad cultural y que sean capaces de relacionar­se con personas de distintas razas, costumbres e ideas.

Los resultados de la encuesta Bicentenar­io sugieren que en una parte de la ciudadanía, lejos de valorarse el aporte cultural que puede ofrecer la inmigració­n, más bien parece estar incubándos­e un peligroso espíritu nacionalis­ta y xenófobo. De no existir un diseño institucio­nal que aborde esta nueva realidad, el choque cultural será abono para discursos populistas que, en forma lamentable, tanto éxito electoral cosechan en diversas economías desarrolla­das.

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