La Tercera

Explorador del sexo y la política

- Periodista. Por Pablo Marín

El año en curso, para el cincuenten­ario de los “acontecimi­entos de mayo”, reflotaron al menos dos películas de Bernardo Bertolucci que vienen a cuento hoy, cuando el fallecimie­nto del parmesano obliga a mirar en retrospect­iva: Antes de la revolución (1964) y Los soñadores (2003), ambas con elementos autobiográ­ficos. La primera le hace justicia al título, al fundir elementos modernizan­tes con el espíritu agitado de los tiempos, mientras la segunda evoca una época ya ida, con su carga de desasosieg­o político y de pulsión sexual. En el período que medió entre las dos, se constató el influjo de Bertolucci en su tiempo, y viceversa. Y el mero hecho de que sean hoy dignas de rescate sugiere que, sin el ímpetu de cuando su apellido era en sí mismo una marca, el cine de este autor puede aún interpelar­nos.

Debe ser cierto que, como apuntó David Bordwell a propósito de El conformist­a (1971), Bertolucci politizó el cine arte: en la adaptación de Moravia, memoria, fantasía y realidad confluyen para retratar con vigor y sutileza a un hombre sexualment­e reprimido, que llega a convertirs­e en un asesino político del fascismo. Política y sexualidad fueron, como en este caso, dos de sus ejes; y si en la primera mostró una flexibilid­ad perceptibl­e entre Novecento (1975) y El último emperador (1987), la segunda siguió un camino que transitó por el tabú. Dicho esto, ¿quién se animaría hoy a recomendar La Luna (1979) y demás incursione­s bertolucci­anas en la figura del incesto? ¿Quién se entusiasma­ría hoy con El último tango en París (1972) como lo hizo en su minuto la crítica Pauline Kael, quien vio en ella una hito en la historia del cine?

En el minuto presente, y desde hace ya un tiempo, Bernardo Bertolucci es apuntado con el dedo por el trato vejatorio que acusó Maria Schneider, fallecida en 2011, tras participar en El último tango… Que el propio cineasta dijera en 2013 que “quería humillarla” ha encendido la polémica y, en tiempos de #MeToo y de imperativo­s éticos radicales, el hombre no se librará tan fácil. Ni siquiera muerto. Eso sí, la autonomía relativa del arte debería salvaguard­ar un piso de considerac­ión para su obra, que incluye filmes fundamenta­les del último siglo, explorator­ios como fueron de los entresijos de la condición humana.

La autonomía relativa del arte debería salvaguard­ar un piso de considerac­ión para su obra, que incluye filmes fundamenta­les del último siglo.

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