SE PUDRIÓ TODO
La, según los argentinos, Final del Mundo que se transformó en el Papelón Mundial, sigue dando jugo y todavía no hay nada claro. La impresentable Conmebol, organismo que hizo todo lo posible por que se disputara el partido el fin de semana a pesar de la gravedad de lo ocurrido, informó que la definición se saca de Argentina para el 8 o 9 de diciembre en una sede por confirmar. En paralelo Boca, ventajista sagaz que quiere quedarse con el título por secretaría, declaró que esperará el fallo de la comisión dis- ciplinaria y mantendrá su intención de no jugar. ¿RIver Plate? Pretende jugar sí o sí asumiendo que no hay vuelta atrás en la pérdida de la localía.
A esta altura, insistir en lo vergonzoso de lo ocurrido es inoficioso. Argentina, que tiene todo para ser potencia pero vive en constante crisis, vio como su fútbol desperdició una oportunidad única. El doméstico clásico, que se transformó en el epicentro internacional con esta final, desaprovechó la chance de consolidar su mito de color. El problema es que su fútbol, fuente inagotable de talento y calidad en la cancha, está estructuralmente enfermo. El cáncer se llama barras bravas, que se han tomado el espectáculo para sus propios intereses, disfrazando con el ropaje de la pasión y el aguante en el tablón la delincuencia, el narcotráfico y la violencia. Lo más triste es que en el resto de Sudamérica hemos imitado el siniestro modelo y hoy, en casi todo el continente, los que mandan en los estadios son el lumpen disfrazado de hinchada.
¿En qué terminará esta final maldita? Imposible saberlo. El realismo mágico queda chico al lado de este partido, o no partido en realidad. Hoy, con lo inimaginable hecho realidad, parece dar lo mismo todo, el espectáculo deportivo se ha desvirtuado y conocer al nuevo campeón pasó a segundo plano. Ganó el escándalo, la violencia, el ventajismo y el papelón. En ese contexto jugar la final parece un despropósito. Mejor quédense con su copa, guárdenla en alguna oficina de la Conmebol y declaren desierto al campeón.
Si al final, más que ganar, lo que realmente ninguno quería era perder este partido.