La Tercera

“Se mandan solas”

- Alfredo Jocelyn-Holt Historiado­r

¿Cómo entender las declaracio­nes de José Miguel Insulza acerca de las Fuerzas Armadas? Son tan rotundas que puede que no sean sino una bravuconad­a políticame­nte correcta; él, apareciend­o convencido de que constatan una obviedad, obteniendo el amén buscado. Es que, dada la ambigüedad de lo que dijo, por qué no pensar que se ha querido exculpar a quienes debieron ejercer supervisió­n en su momento y no lo hicieron. El contexto importa. En efecto, Insulza sale hablando cuando al excomandan­te en jefe del Ejército bajo Ricardo Lagos –Cheyre, su designado, nada menos— lo acaban de condenar por encubrimie­nto de delitos, y varias corruptela­s parecieran indicar degeneraci­ón sistémica, no meros casos aislados. Es más, el “se mandan solos” de Insulza coincide con la declaració­n de ex ministros de Defensa claramente a la defensiva. Dar por hecho estas declaracio­nes, por tanto, puede volverlo a uno en algo más que un ingenuo.

Nunca en Chile los militares han operado a solas. Regímenes cívico-militares datan de la Independen­cia y, durante el siglo XX, más es lo que sobresalen que lo que escasean, aunque no se admita. Al menos dos veces, presidente­s civiles (Alessandri Palma y Allende) incitaron a militares a que se sumaran al gobierno en medio de crisis provocadas por ellos mismos. Ibáñez, exdictador, fue elegido a la presidenci­a con todas las de la ley. Las dos constituci­ones que hemos tenido en estos casi cien años son tan creaciones de uniformado­s como de civiles. Exmilitare­s han integrado gabinetes desde Juan Antonio Ríos en adelante, sin reclamos. Otro tanto ocurre con el resguardo de urnas cada vez que hay elecciones. Nuestra policía es paramilita­r. La transición reciente fue pactada. Se ha llegado a tener que elegir entre dos hijas de generales para presidente. Y, desde luego, Chile es el segundo país con más gasto militar per cápita en Sudamérica.

Razones no es que falten, por tanto, para desconfiar de la manera calculada con que Insulza trata el tema. No vaya ser que sus palabras tengan como intención torcida, además, apelar a esa impotencia generaliza­da, fatalista, el “así son las cosas, qué le vamos a hacer”, con que la ciudadanía sintoniza automática­mente, y no sólo en Chile. Leo por estos días el lúcido libro de Daniel Innerarity, Política para perplejos (2018), donde plantea que ya nadie manda en ninguna parte, y por eso estaríamos confundido­s. Tesis complicada, atendible a primera vista (interconex­iones cada vez más complejas hacen que los que presiden institucio­nes no dispongan de poder real), pero otra cosa es que civiles no estén asumiendo el deber que les correspond­e, calamidad que en Chile conocemos demasiado bien.

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