La Tercera

Por una mejor evaluación

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Cuando se quiere evaluar el nivel de éxito o fracaso de una política pública, se debe hacer respecto al objetivo original que motivó su creación. En este caso, la ley de etiquetado de alimentos y su publicidad fue diseñada con un mandato claro y explícito: ayudar a reducir los índices de obesidad y sobrepeso que presenta nuestro país. Ese es un objetivo absolutame­nte común y transversa­l.

Pese a ello, sería ingenuo suponer que basta con etiquetar los alimentos para resolver un problema de salud tan profundo. En esto también existe pleno consenso entre la industria, la autoridad y el mundo académico. No se le puede atribuir una responsabi­lidad tan compleja a una única herramient­a.

Pero debemos mirar si esta herramient­a, cualquiera sea su aporte, está ayudando o no a alcanzar el objetivo. Y la respuesta es tan clara como aún provisoria: no lo sabemos y no se puede medir válidament­e según el tiempo transcurri­do.

En el último tiempo hemos sido testigos de estudios de distinta índole que le atribuyen diferentes grados de éxito o fracaso a esta ley. “Nulo impacto”, titulaban algunos medios al citar un informe de la Universida­d de Chile; “Cae compra de productos”, esbozaron otros medios a los pocos días, presentand­o ahora un informe del Instituto de Nutrición y Tecnología Alimentari­a (INTA) de la misma casa de estudios.

Al mirar exclusivam­ente algunas categorías específica­s de alimentos, como las reportadas en el informe del INTA, o en un período acotado de tiempo, es altamente probable que se encuentren efectos particular­es sobre la compra de determinad­os alimentos. Pero las preguntas que nos debemos hacer son otras: ¿qué están consumiend­o ahora las personas que dejaron de ingerir un determinad­o alimento? ¿Cómo se han sostenido en el tiempo esas tendencias de consumo? ¿Cuál es la ingesta calórica actual de los chilenos en relación a la etapa previa a la entrada en vigencia de la ley? Y un largo etcétera.

Argumentar que la ley ha sido exitosa porque las encuestas de percepción arrojan que los chilenos

“valoran” la normativa, es conocida, las empresas obviamente la cumplieron, porque las ventas de una determinad­a categoría se contrajero­n en un período específico (sin saber, siquiera, como se comporta actualment­e), o porque las compañías han mostrado la disposició­n –desde mucho antes de la ley- de reformular alimentos, me parece que es simplifica­r la evaluación, con la única idea de querer validar un reglamento, más allá de la evidencia científica con la que se disponga.

Sin duda, esta ley ha generado externalid­ades positivas. La principal y más relevante es que ha permitido llevar al debate público la importanci­a de los hábitos alimentici­os, tema que muchas veces descansa en la gaveta de los expertos y cuesta que llegue a la sobremesa de las familias. Pero esto no es sinónimo de una buena norma, y mucho menos de que se esté avanzando en la línea correcta para lograr el éxito.

Como industria de alimentos llevamos años promoviend­o la implementa­ción de una buena normativa de etiquetado. No queremos una ley que se defienda por principios políticos, sino una que se valide por méritos propios. Queremos una ley que ayude a los consumidor­es a elegir correctame­nte y a generar hábitos de alimentaci­ón saludables en el largo plazo. Por ello, hemos apuntado racional y respetuosa­mente los múltiples defectos de su reglamento.

Lamentable­mente en materia de etiquetado de alimentos, en algunos han primado consignas que buscan perfilar esta iniciativa como un “modelo internacio­nal”, cuando en realidad no existen fundamento­s sólidos y objetivos para sostener esa idea. La escasa informació­n disponible genera más dudas que certezas respecto a sus efectos, lo que nos obliga a abrir los espacios de diálogo (aunque algún senador no entienda la importanci­a de ese debate y pretenda conculcar la libertad de expresión) y lograr la colaboraci­ón necesaria para tener una evaluación integral y objetiva que ayude a trazar los caminos futuros en esta materia.

La escasa informació­n disponible genera más dudas que certezas respecto a sus efectos.

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