Una ley de clase mundial
Chile tiene una alta prevalencia de obesidad -25% de niños de 6 años son obesos y un 50% tiene sobrepeso- y las patologías asociadas: cánceres, infartos, hipertensión y diabetes (mal llamadas no-trasmisibles, pues se “trasmiten” por el neuromarketing) son las principales causas de muerte, un enorme gasto en salud pública y afectan a los más pobres. La obesidad es multifactorial, pero los alimentos de mala calidad y la poca actividad física son eje central de la pandemia que amenaza la humanidad. La única “vacuna” es la prevención y eso requiere el cambio conductual que busca la Ley de Etiquetado Nutricional (LEN).
Evaluaciones serias de la LEN arrojan promisorios resultados que vaticinan su éxito. Así, la reciente evaluación de las universidades de Chile (INTA), Diego Portales y Carolina del Norte muestran importantes cambios: compra de bebidas azucaradas y cereales de desayuno disminuyó en un 25 y 14%; contenidos de azúcar en productos bajaron entre un 20 y 35%, y de sal, entre un 5 y 10%. También se redujo la exposición de niños y adolescentes (46 y 62%) a la publicidad de alimentos con altos niveles de nutrientes críticos (sal, azúcar, grasas y calorías) en televisión e Internet. Y lo más importante es la alta comprensión y valoración (90%) de los sellos de la población en general.
Los datos muestran que, el ambiente alimentario se vuelve más saludable, mejora la comprensión de la calidad y se modifica la voluntad de compra. Ninguna ley en Chile ha tenido ese impacto en tan corto plazo.
Así lo entiende la comunidad académica y científica de Chile, así como el mundo que trabaja contra la malnutrición, que participó en la elaboración de la ley chilena y la respaldan con entusiasmo. En los congresos de nutrición más importantes del planeta, la LEN es considerada como herramienta fundamental. La OMS-FAO edita libros y publicaciones para promoverla como modelo a seguir. Perú y Uruguay la implementaron; Canadá, Argentina,
Ecuador, Guatemala y Brasil avanzan por caminos similares; naciones de África y Asia nos piden conocer la experiencia. ¿Están todos equivocados?
La LEN permite saber cuándo un alimento tiene exceso de nutrientes críticos e impide su venta en colegios y alrededores, prohíbe que con regalos y caricaturas engañen a los niños y su publicidad en medios masivos.
AB Chile y Carozzi promueven un etiquetado incomprensible, que permite a la industria poner alimentos basura en envases que parecen saludables, así impide el derecho a saber y puede hacer publicidad engañosa. Proponen usar porciones, en vez de 100 gramos, para modificar el tamaño y eliminar los sellos. En 2009, cuando se discutía la LEN, propusieron el rotulado GDA, que fue calificado de incomprensible. Ahora plantean un formato similar para reemplazar o acompañar los sellos, pero que sólo confundirá y atenuará sus efectos. Una publicación de la Universidad de Cambridge –Public Health Nutrition (2017)- y otras de OPS establecen que los sellos son la advertencia más fácil de entender y proclive a generar cambios de conducta.
La LEN busca incentivar la reformulación a alimentos saludables. El 20% de la industria lo ha hecho y para algunos, como Colún y Soprole, no tener sellos es una estrategia de venta, que induce al consumidor a migrar hacia alimentos saludables.
Es inaceptable que otras empresas desprecien la evidencia científica y pretendan convertirse en reguladores para impedir ser regulados, y que la ley se adecúe a sus intereses. Para eso financian rostros o campañas para difundir fake news y sabotear una política pública calificada como la herramienta más importante para prevenir la más grave epidemia del siglo XXI y proteger la salud de los niños.
¿Por qué no invertir esos recursos en reformular su producción y ofrecer alimentos sanos, sin sellos, ni restricciones? No entendemos la porfía. La única explicación es querer seguir obteniendo millonarias utilidades vendiendo basura disfrazada de comida saludable.
Es inaceptable que algunas empresas desprecien la evidencia científica.