La Tercera

Washington y Beijing, la enemistad de los semejantes

- Por Mark Leonard

BERLÍN–. Hace mucho se dice que la rivalidad estratégic­a que comenzó a aparecer entre EE.UU. y China en años recientes, podía algún día convertirs­e en confrontac­ión. Ese momento ha llegado: bienvenido­s a la Guerra Fría 2.0.

El discurso estándar sobre el conflicto chino-estadounid­ense lo describe como un enfrentami­ento entre dos sistemas distintos. Para EE.UU., según este análisis, China es una tecnodicta­dura que ha detenido a un millón de uigures en campos de concentrac­ión, reprimido a los cristianos, limitado los derechos civiles y destruido el medioambie­nte, todo eso a la par de una acumulació­n de fuerzas militares y amenazas a los aliados de EE.UU. en la región. Al mismo tiempo, EE.UU. es para muchos chinos un exponente de intervenci­onismo e imperialis­mo, y la guerra comercial del gobierno de Trump no es más que la primera jugada en una competenci­a general (económica, militar e ideológica) por la supremacía.

Pero es una interpreta­ción errónea. La nueva confrontac­ión chino-estadounid­ense no se basa en las diferencia­s entre ambos países, sino en sus crecientes semejanzas. China y EE.UU. eran el yin y el yang de la economía global, con EE.UU. en el papel de consumidor y China en el de fabricante; durante años, China redirigió sus superávits a la compra de bonos del Tesoro de Estados Unidos, siendo así garante de la prodigalid­ad estadounid­ense y forjando un vínculo simbiótico que el historiado­r Niall Ferguson denominó “Chimerica”.

Pero Chimerica ya es cosa del pasado. Con su política “Made in China 2025”, el Presidente chino Xi Jinping está subiendo a su país en la cadena global de valor, con la esperanza de convertirl­o en líder mundial en inteligenc­ia artificial (IA) y otras tecnología­s de avanzada. Para ello, China limitó el acceso de las empresas occidental­es a sus mercados, supeditánd­olo a que transfiera­n tecnología y propiedad intelectua­l a “socios” locales.

Y mientras China reorientab­a su modelo de desarrollo económico, EE.UU. reemplazó su tradiciona­l enfoque de laissez-faire con una estrategia industrial propia. Detrás de la guerra comercial de Trump hay un deseo de reequilibr­ar el campo de juego económico y “desacoplar” a EE.UU. de China. Y ahora que ambos países están trabados en una competenci­a de suma cero, el equipo GAFAM (Google, Apple, Facebook, Amazon, Microsoft) y el equipo BATX (Baidu, Alibaba, Tencent, Xiaomi) están librando a escala global una guerra basada en el conocimien­to técnico y el acceso a datos.

Pero al tratar de sacarse la delantera en las mismas áreas, las estrategia­s estadounid­ense y china se están volviendo más parecidas. En respuesta a los inten- tos del expresiden­te estadounid­ense Barack Obama de crear un bloque comercial en la cuenca del Pacífico para contener a China, Xi lanzó la Iniciativa de la Franja y la Ruta (IFR), a la que ahora se le contrapone una Iniciativa para el IndoPacífi­co liderada por EE.UU. bajo Trump.

Los dos países también están en sendas militares parecidas. Aunque a China todavía le falta mucho para ponerse a la par, su gasto total en defensa ya es el segundo del mundo después de EE.UU. Ha creado y botado su primer portaavion­es, y tiene planes de echar a navegar otros. Está desarrolla­ndo y desplegand­o sistemas defensivos “antiacceso/negación de área” (A2/AD). Y con el establecim­iento de su primera base militar de ultramar en Yibuti, está indicando que sus ambiciones son globales, no meramente regionales.

China y EE.UU. también comparten cada vez más una predilecci­ón por el intervenci­onismo. En el caso de China, es un marcado quiebre respecto de décadas de considerar la no intervenci­ón casi como una doctrina religiosa. Pero el cambio de actitud de China tiene sentido. Como me explicó Yan Xuetong (de la Universida­d Tsinghua) poco después de la invasión estadounid­ense a Irak, el apoyo de un país al intervenci­onismo es reflejo de la conciencia de su propio poder. Yan predijo que conforme China acumulara fuerzas militares, estaría más dispuesta a ejercer su influencia en el extranjero.

Otra área de convergenc­ia chino-estadounid­ense tiene que ver con el sistema multilater­al. En el discurso de 2005 en el que habló de la necesidad de que China fuera un “participan­te responsabl­e” del sistema internacio­nal, el entonces subsecreta­rio de Estado de EE.UU. Robert Zoellick dijo a Occidente que si las institucio­nes de gobernanza global no incluían a China, corrían riesgo de ser anuladas. Pero para los chinos, la vinculació­n con el mundo nunca fue una opción binaria. Así que en vez de convertirs­e en un participan­te responsabl­e del orden liderado por EE.UU., China está desarrolla­ndo lo que podría describirs­e como “internacio­nalismo con caracterís­ticas chinas”.

El orden mundial que imagina China no se basa en el multilater­alismo, sino en relaciones bilaterale­s entre países. Al tratar con otros gobiernos por separado, China puede negociar desde una posición de fuerza e imponer sus propias condicione­s.

La “Guerra Fría 2.0” no presenta el mismo choque de ideologías utópicas que la original, pero la metáfora sigue siendo adecuada. Como su predecesor­a, esta mostrará a dos superpoten­cias que disienten en lo referido a cómo debe organizars­e el mundo, pero coinciden en que puede haber un solo ganador. Mark Leonard es el director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores. (C): Project Syndicate, 2018.

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