Contagio peligroso
En 1984 fue la primera elección post-dictadura en Brasil, donde se elegirían nuevos senadores y diputados, y los gobernadores de los estados federales. Por casualidades del destino, me tocó estar en el carnaval para celebrar la elección de Miguel Arraes como gobernador de Pernambuco. Esto ocurrió en Olinda, ciudad colindante con Recife, que fue la primera capital de Brasil. Un escenario precioso,una fiesta llena de alegria y la sensación contagiosa de una sociedad que sueña construir un futuro mejor.
En la elección presidencial de este año, ¡cuántos brasileros votaron en contra del PT y la corrupción! ¡Y cuántos votaron en contra el populismo autoritario de Bolsonaro! Ese tipo de elección, donde se vota por la opción menos mala, refleja una sociedad que perdió los sueños. Todo lo contrario a la fiesta electoral de 1984.
En algún pasado no muy lejano, las sociedades de Austria, Estados Unidos, Filipinas, Hungría, Italia, (¿México?), Polonia y Turquía también soñaban con un futuro mejor. Hoy, esas sociedades se encuentran polarizadas y con gobernantes populistas, que crecieron junto con el desprestigio de los partidos tradicionales. Como en Brasil. En algunos casos es la corrupción, en otros es la inmigración, o la delincuencia, el narcotráfico, y así.
Son demasiados casos como para pensar que cada uno tiene una explicación propia. Algo contagioso está pasando en el mundo que no hemos percibido ni analizado.
Me atrevo a plantear una hipótesis: se trata de la irrupción de las redes sociales. En efecto, con las nuevas formas de comunicarse y de informarse está surgiendo una sociedad de características distintas a las que conocíamos. Primero, se trata de una sociedad más empoderada y vigilante, que tiene a la defensiva a las élites de la política, de los negocios, de los medios de comunicación tradicionales y de otras fuentes de poder tradicionales (la Iglesia, la FIFA, las cúpulas militares, la Justicia y un largo etc.). Segundo, las redes han dado lugar a sociedades archipiélago, donde se interactúa más con los iguales a uno, y menos con los distintos. La diversidad está en las múltiples islas, y el peligro en la menor interacción entre esas islas. Cada una más “en-sí-misma”, más endogámica, y creando verdades falsas (la postverdad). Entre estas islas está la de la política, que vive para y por la política, y cada vez menos por el país real. Que arma coaliciones difíciles de explicar y/o de entender. Que más bien son coaliciones oportunistas para no perder poder, pero que aumentan su desprestigio.
Quizás debiéramos pensar en nuevos arreglos sociales y políticos centrados en dos pilares: por una parte, un programa de “alfabetización digital” o de sociedad 4.0. Por otra, en una política encargada de ponerle “pegamento” al nuevo archipiélago social, porque juntos somos más. Porque la cooperación entre los diversos es mucho más potente que el ensimismamiento y el conflicto.