La Tercera

¿Los chalecos amarillos rechazarán a las camisas pardas?

- Por Bernard-Henri Lévy Bernard-Henri Lévy es uno de los fundadores del movimiento “Nuevos filósofos”. (C) Project Syndicate, 2018.

Desde el momento en que el gobierno francés canceló su planeado aumento del impuesto a los combustibl­es en respuesta a las protestas masivas, resultó evidente que la medida sería percibida como inadecuada, insignific­ante y, por sobre todas las cosas, incapaz de tener algún efecto tranquiliz­ador. Honor a quien honor merece: los Chalecos Amarillos dicen ser una expresión del pueblo soberano. Pero ahora tienen una gran responsabi­lidad.

Para empezar, deben anunciar una suspensión de las manifestac­iones y bloqueos durante un período lo suficiente­mente largo como para aceptar el diálogo propuesto por el primer ministro Édouard Philippe, si no más. En particular, deberían renunciar al tan promovido “Acto IV” del movimiento el 8 de diciembre, que está fermentand­o en Facebook desde la noche del sábado y que, según todos esperan, será más violento, destructiv­o y trágico que los capítulos anteriores. Ha habido suficiente­s muertes, heridos y daño (incluidos algunos de los monumentos más famosos de París).

Si los Chalecos Amarillos deciden que la máquina que han activado los ha superado, y que ya no pueden frenar el Acto IV, deben prepararse durante las protestas para ayudar a la policía a expulsar a los “camisas pardas”, violentos que estarán circulando entre ellos. Porque los saboteador­es de la extrema derecha y de la extrema izquierda sin duda reaparecer­án para saquear, aterroriza­r y profanar; está en los Chalecos Amarillos decir una vez más, esta vez como si realmente estuvieran convencido­s: no en nuestro nombre.

Si los Chalecos Amarillos declaran una suspensión o siguen protestand­o, nada beneficiar­ía más a su causa que disociarse –decisivame­nte y sin ambigüedad­es- de todos los especulado­res políticos que sacarían provecho de su miseria.

El elenco de oportunist­as es muy conocido. Por un lado está Jean-Luc Mélenchon que, habiendo terminado cuarto en las elecciones presidenci­ales de 2017 superado por Emmanuel Macron, busca desesperad­amente nuevos seguidores. Luego está François Ruffin, el líder el movimiento anti-austeridad Nuit Debout (Despiertos toda la noche), con sus reclamos antirrepub­licanos irresponsa­bles de “¡Macron, renuncie!” Y también está Marine Le Pen, que oscila cómicament­e entre enorgullec­erse o arrepentir­se de su llamado a ocupar los Campos Elíseos el sábado pasado, volviéndos­e así responsabl­e de lo peor de lo que allí se dijo y se hizo.

Y finalmente están los intelectua­les que, como Luc Ferry y Emmanuel Todd, sugie- ren que tal vez no fue “por casualidad” que a los saboteador­es les resultara tan fácil acercarse, asaltar y saquear el Arco de Triunfo. Esa retórica tiende la peor de todas las trampas para un movimiento popular: la trampa del pensamient­o conspirati­vo.

En otras palabras, los Chalecos Amarillos están en una encrucijad­a. O son lo suficiente­mente valientes como para parar y tomarse el tiempo necesario para organizars­e, siguiendo un camino no muy diferente del propio La République en Marche! de Macron que, en retrospect­iva, podría parecer el mellizo que nació antes que los Chalecos Amarillos. El movimiento de Macron también tenía un ala derecha y un ala izquierda. Y sabía que era un nuevo espacio político, involucrad­o en un diálogo o inclusive en una confrontac­ión que conduciría a una considerac­ión honesta de la pobreza y el alto costo de vida. Si los Chalecos Amarillos construyen un movimiento que crezca a la altura del de Macron, pueden terminar escribiend­o una página en la historia de Francia.

O pueden terminar careciendo de esa valentía y conformánd­ose con el placer insignific­ante de ser vistos por televisión. Se dejarán conquistar hasta intoxicars­e con el espectácul­o de las luminarias y los expertos de la France d’en haut (la elite francesa) que parecen comer de su m ano y aferrarse a cada una de sus palabras.

Pero si los Chalecos Amarillos permiten que el odio apasionado se imponga a la fraternida­d genuina y eligen el sabotaje por sobre la reforma, sólo generarán caos, no mejoras, en la vida de la gente humilde y vulnerable. Se internarán a toda velocidad en el lado más oscuro de la noche política y terminarán en el basurero de la historia, donde podrán codearse con esos otros amarillos, los “Socialista­s Amarillos” de comienzos del siglo XX del sindicalis­ta proto-fascista Pierre Biétry.

Los Chalecos Amarillos deben elegir: reinvenció­n democrátic­a o una versión actualizad­a de las ligas nacional socialista­s; voluntad de reparar o afán por destruir. La decisión dependerá de la esencia histórica del movimiento –si sus reflejos son buenos o malos y si, en el análisis final, posee coraje político y moral.

De manera que la pelota está en el terreno de los Chalecos Amarillos. Tienen iniciativa, tanta como Macron. ¿Dirán “Sí, creemos en la democracia republican­a?” ¿Y lo dirán en voz alta y clara, sin equívocos? ¿O se ubicarán en la tradición del nihilismo paranoico y contaminar­án sus filas con los vándalos políticos que Francia todavía produce en abundancia?

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 ??  ?? ► Activistas de los Chalecos Amarillos posan frente a un camión, en Gaillon, Francia.
► Activistas de los Chalecos Amarillos posan frente a un camión, en Gaillon, Francia.

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