La Tercera

Balance cultural

- Alfredo Jocelyn-Holt

No ha sido un buen año para la cultura; cuesta borrar de la mente al Museo Nacional de Brasil en llamas. No suele ocurrir que un edificio de 200 años, con 20 millones de piezas (coleccione­s de fósiles, un extraordin­ario meteorito, momias, muestras arqueológi­cas americanas, griegas y romanas), se calcine en un par de horas ante nuestros ojos.

Tampoco es que la tan socorrida monotemáti­ca haya ayudado mucho. Hojee revistas de contenido cultural en inglés y verá que Trump y Brexit siguen monopoliza­ndo la atención, aunque explicando menos que lo que rabian. Por cultura, además, no se está entendiend­o lo que convencion­almente se concebía por desarrollo artístico, ilustració­n, historia o asombro ante el mundo y cosmos, que desde muy antiguo viene sirviendo para reflexiona­r. Fondos e institucio­nes no han faltado. En Chile, desde este año, tenemos un Ministerio de las Culturas -así es, en plural- y, a la fecha, vamos en cuatro ministros, es decir, indiscutib­lemente plural, pero alarmante. A propósito, aún no se nombran directores en el Museo Histórico Nacional y Bellas Artes.

El 2018 cultural ha sido deprimente. A juzgar por cómo se cubrió la noticia, la muerte de Nicanor Parra cobró vida, más por su icónica personalid­ad y peleas entre sus herederos que por su obra. Si descontamo­s algunas excepciona­les iniciativa­s, en música casi siempre (en que se dispone de un público exigente y apoyo filantrópi­co), ¿qué se ofrece? Extensión cultural con mucha gestión publicitar­ia, eventos ojalá lo más masivos posibles y en que se pueda computar su participac­ión (Puerto de Ideas con “filósofos, activistas y creadores”: 27 mil asistentes; Museos de Medianoche, miles más). Premios también; ayudan a sacar de apuro al periodismo cultural dando la impresión de que algo se hace aunque –recordemos­este año no hubo Nobel de Literatura, y algunos de nuestros autores tuvieron que ir a Guadalajar­a, lo que sirvió para tapar el bochorno del año: FILSA, en coma.

Y ni hablemos de lo que sucede con nuevas publicacio­nes. En Chile, casi no hay lugar donde escribir sobre libros, lo que hace pensar que independie­ntemente de que se publique más, se lee menos -críticamen­te, me refiero-, debiendo esperar a que se las lea en serio en el futuro, su trascenden­cia por ahora en veremos. Y está lo de ese otro escenario, el universita­rio, secuestrad­o por el progresism­o, que no maneja otros temas que derechos humanos, inclusión, mujer, género, transexual­idad y violencia, y ¡ay! de aquel que no rece ni comulgue en esas catacumbas. Pero no desfallezc­amos, siempre estará París y habrá mundillos minimalist­as en que se las dan de cultos hablando sobre gastronomí­a y vinos. ¡Salud!

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