La Tercera

Gasto en aniversari­o de la Fach

- Gonzalo Cordero

La relación del Presidente Piñera con las Fuerzas Armadas nunca se ha visto fácil. Fue políticame­nte contrario al general Pinochet, votó No en 1988 y hay cierta idea de que no se siente cómodo, ni entretenid­o, en desfiles y ceremonias. Por eso, no sorprendió el reproche a los gastos en el cambio de mando de la Fuerza Aérea y muchos han discrepado por la forma en que lo hizo, pues le suponen cierto oportunism­o “electoral” o porque le reprochan no haber planteado el punto de manera privada.

Aunque en mi caso tengo la mayor afinidad con las institucio­nes de la defensa (valoro mucho su vocación, su disciplina, sentido de responsabi­lidad y valores), estoy de acuerdo con el Presidente y creo que el episodio debiera ser un buen llamado de alerta para un análisis sereno por parte de sus mandos. El gasto en sí no es el tema de fondo, el hecho que sea exagerado es síntoma de un problema más sustancial, que se asoma de distintas formas, esto es, que parece haber la percepción de que las institucio­nes son, en cierta forma, de sus integrante­s, y que su vocación personal se identifica con el rol que les correspond­e.

Entrevista­do el general Ortega, ex comandante en jefe de la Fach, señaló que si al Presidente le molestaba este despliegue bastaba que lo hubiera dicho y “habríamos ocupado las horas de vuelo igual, pero en otra cosa”, para luego afirmar que estos despliegue­s tienen un sentido disuasivo y que basta tener “dos dedos de frente para darse cuenta”. Este es el tipo de declaració­n que me hace pensar que el Presidente acierta con su llamado de atención y que el gasto es sólo un síntoma de un problema incipiente.

Las FF.AA., como otros organismos profesiona­les del Estado, existen para cumplir una función técnica, pero sus medios, la oportunida­d en que se usan, así como las finalidade­s que se persiguen con ellos, correspond­en a definicion­es políticas que se adoptan dentro del marco y las competenci­as propias del estado de derecho. No es razonable que un ex comandante en jefe de una institució­n de la Defensa, con todo el respeto que me merece, hable como copropieta­rio de sus recursos. Por otra parte, la disuasión militar se usa en la forma y oportunida­d que el jefe de Estado define, no las propias institucio­nes.

Detrás de este episodio se intuye el riesgo de que se pueda estar incubando cierto culto a la personalid­ad respecto de sus propios mandos y nada está más alejado de institucio­nes profesiona­les, en una democracia constituci­onal, que una lógica de este tipo. El respeto a las FF.AA., a sus mandos, a su doctrina, es esencial, pero depende de que se enmarque en esa digna sobriedad del soldado profesiona­l que se realiza en el sacrificio y no en el oropel de los cargos.

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