La Tercera

La mano del gato

- Axel Buchheiste­r

Parlamenta­rios oficialist­as han presentado en poco tiempo tres requerimie­ntos ante el Tribunal Constituci­onal (TC), para que se declaren inconstitu­cionales dos proyectos de ley despachado­s por el Congreso y un decreto supremo (ley de presupuest­os, libertades condiciona­les y la regulación de la objeción de conciencia institucio­nal respecto del aborto en tres causales).

Habrá quienes estiman que esas acciones constituci­onales revelan una renovada voluntad de dar la pelea por las ideas y principios -que se echaba bastante de menos- y que, por ende, deben celebrarse. Se equivocan, porque usar esa herramient­a cuando hay otras alternativ­as para actuar, no hace más que reiterar la debilidad de un gobierno que intenta siempre eludir costos políticos y, además, porque complica al TC, al entregar a la izquierda el pretexto para presentarl­o otra vez como una tercera cámara ilegítima.

La institucio­nalidad confiere al Presidente la poderosa atribución de vetar los proyectos de ley despachado­s por el Congreso que considere inconvenie­ntes, errados o contrarios a la Carta Fundamenta­l. Implicar al TC en la disputa sin plantear antes un veto, no puede tener otra razón que tratar de esquivar costos políticos; o sea, sacar la castaña con la mano del gato. Sólo si el veto fuere rechazado, entonces están agotadas las instancias normales del juego político-institucio­nal, y recién ahí cabe plantear un conflicto constituci­onal ante el TC.

También había un camino alternativ­o con el decreto requerido: un decreto de insistenci­a. Éste no existe, conforme la Constituci­ón, para que el Presidente haga cosas ilegales (que es la imagen que nos quedó de otra época), sino para que prime el criterio Presidenci­al sobre el contralor. Todo se originó porque éste, al negarse correctame­nte a tomar razón de una resolución que regulaba el tema de la objeción de conciencia, por ser materia de un reglamento, se permitió agregar una serie de considerac­iones personales, que eran frontalmen­te contrarias a un reciente fallo del TC en la materia. Entonces, el gobierno no tenía que someterse al criterio del contralor, sino que simplement­e sustituir la resolución por un reglamento, que si era objetado, procedía el decreto de insistenci­a. En el peor de los casos, la pugna habría terminado en el TC y el contralor habría perdido, como lo demostró que el requerimie­nto presentado por los parlamenta­rios (que simulaba ser contra el Presidente, pero en realidad iba dirigido al contralor) fuera acogido por 8 votos a 2.

El argumento que en esto no tuvo nada que ver el gobierno y que fue una decisión autónoma de los parlamenta­rios, no se lo compra nadie. De hecho, es una mala explicació­n que denota falta de liderazgo político. Pero lo peor es el desgaste innecesari­o a que se está sometiendo al TC. De pronto, sería legítimo que en su seno se pregunten: ¿si el Presidente no se la juega, por qué nosotros?

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