La Tercera

El Mago de Oz

- Jorge Navarrete

Era difícil imaginar que la principal autoridad jurisdicci­onal del país, me refiero a la Corte Suprema, determinar­ía como ilegal e inconstitu­cional el proceder de la institució­n pública que por excelencia fiscaliza la legalidad de los actos de la administra­ción, a saber, la Contralorí­a General de la República. De hecho, y en un inédito fallo, el máximo tribunal determinó que Dorothy Pérez había sido removida de su cargo incumplien­do la normativa vigente y que Jorge Bermúdez excedió arbitraria­mente sus atribucion­es. Fue así que se escribió otro capitulo de una larga novela, la que probableme­nte no ha llegado a su fin todavía. Justamente amparado en ese género literario, y especialme­nte consideran­do que el nombre de la subcontral­ora nos recuerda a esa entrañable protagonis­ta de la historia que escribió e imaginó Lyman Frank Baum, es que uno podría, a partir de las muchas cosas que se han dicho y escrito, también ensayar respecto de qué personaje es el contralor en esta historia.

El hombre de hojalata. Lo más fácil sería atribuirle a Bermúdez la ausencia de todo sentimient­o, haciéndono­s eco de esa pretendida frialdad que acompaña a las decisiones de los funcionari­os públicos, incluso cuando se trata de poner término a una larga carrera funcionari­a, sin mediar los efectos personales y colectivos que tal decisión podría provocar.

El Espantapáj­aros. Pero quizás la clave no está en la falta de corazón sino en la ausencia de inteligenc­ia. Bermúdez no pudo sino haber previsto las serias consecuenc­ias que se devendrían en caso de ser revertida su decisión, generando una contienda de competenci­a con un importante poder del Estado, poniéndolo a él y a la propia Contralorí­a en una situación imposible.

El león cobarde. Pero fuera de la falta de corazón o de cerebro, lo que muchos reclaman ahora es que Bermúdez se comporte como si nada hubiera ocurrido, en condicione­s de que su renuncia sería la única salida para el daño que él mismo le indujo a la institució­n. De esa forma, lo que más se le reprocharí­a ahora es la falta de coraje para dar un paso al costado.

El mago de Oz. Personalme­nte creo que se trata de un asunto menos fantasioso y no tan dramático. Tal como ocurre en la historia, detrás de ese personaje al cual se le atribuyen grandes poderes e influencia­s había un hombre de carne y hueso, con virtudes y defectos; que quizás un tanto embobado con las reverencia­s que se le hacen y cuidados que respecto de él se tienen, quiso correr el cerco más allá de lo razonable, incluso excediendo las posibilida­des y facultades que el propio personaje le granjeaba.

Moraleja entonces: no hay que creerse el cuento.

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