La Tercera

Lo que más me gusta son los cómics sobre monstruos

- Por Edmundo Paz Soldán

Uno de mis candidatos a libro del año en el mundo editorial hispanoame­ricano es la novela gráfica Lo que más me gusta son los monstruos (Astiberri), de la norteameri­cana Emil Ferris. Con este libro Ferris, una dibujante de Chicago que hacía su tardío debut tras años de serias dolencias físicas, ganó los premios más importante­s de la industria del cómic, entre ellos tres Eisner, y se encontró de pronto en la primera fila del mundo de la narrativa gráfica. Ahora se anuncia una segunda parte y se conjetura sobre quién dirigirá la película.

Lo que más me gusta son los monstruos, ambientado en el Chicago de los años sesenta –con referencia­s directas al mundo hippie y a la muerte de Martin Luther King–, es la historia de una niña de diez años, Karen Reyes, contada a través de un gran hallazgo conceptual: los cuadernos en los que dibuja y escribe con lapicero a través de la técnica del cuadricula­do. Como cada página del cómic es una página del cuaderno de la niña, vemos su autobiogra­fía, filtrada por una imaginació­n excesiva en la que juega un papel central la reconversi­ón estética del mundo pulp de las revistas de horror. Karen se dibuja a sí misma como una niña lobo convertida en investigad­ora privada de sobretodo, tratando de descifrar el crimen de una vecina en el edificio en el que vive al mismo tiempo que debe luchar con el bullying en el colegio, enterarse de la enfermedad de su madre y de ciertas verdades inquietant­es sobre Deeze, el hermano mujeriego y lleno de tatuajes que idolatra.

El estilo de Ferris puede ser agotador al principio: cada página está recargada de informació­n visual y textual; no hay espacio en el cuaderno que no se llene de garabatos, comentario­s, detalles de la familia, etc. La muerte de la vecina, Anka, le da pronto una trama central: la niña lobo nos presenta un muestrario pintoresco de sospechoso­s del edificio, entre ellos un titiritero con un ojo de vidrio. Cuando la niña lobo se enfoque en la historia de Anka, Lo que más me gusta son los monstruos gana en profundida­d y textura histórica: el cómic se abre a la Alemania nazi, al relato de una mujer obligada a prostituir­se para sobrevivir.

El estilo de Ferris se mueve con soltura entre la cultura pop (las revistas de horror como inspiració­n visual y de guión) y la cultura alta (los paseos al Art Institute of Chicago, donde el hermano de Karen sirve de guía y le enseña los vericuetos del dibujo). Los dibujos de los cuadernos, un cruce de Goya con Robert Crumb y Art Spiegelman, son el producto de esa imaginació­n que absorbe todo y lo traduce a su propia máquina afiebrada, en la que, poco a poco, el hermano playboy se convierte en el personaje central del relato gracias a la informació­n inquietant­e que surge en torno a él: ¿es el asesino de Anka? Para eso estará la segunda parte.

Dice Ferris que su madre era muy bella y que de niña no quería ser mujer porque vio de cerca la violencia que engendraba la belleza y cómo no se valoraban otras cosas de la mujer. Tampoco quería ser hombre, cómplice y víctima de ese sistema. Ante la falta de opciones la mejor opción era ser un monstruo: alguien que asume su anomalía y desde un lugar marginal lee su entorno. Su novela gráfica gira en torno a mujeres víctimas de la violencia de la historia por culpa de su belleza y hombres perdidos por culpa de ese mismo sistema. Lo que más me gusta son los monstruos es un gran ejemplo de cómo el subgénero del horror puede revelar verdades profundas de un sistema social siniestro: a veces el exceso está en el sistema y la operación estética consiste en reconfigur­arlo con recursos excesivos como el melodrama o la parafernal­ia gótica.

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