La Tercera

Barco sin quilla

- Juan Ignacio Brito Periodista

Sebastián Piñera pasa por un mal momento: la opinión pública considera que su gobierno es débil y poco hábil, mientras que a él no le tiene confianza y lo ve lejano. Su popularida­d cae. Los problemas se le amontonan y no logra salir de ellos, como ocurre con el caso Catrillanc­a, que desangra a esta administra­ción desde hace semanas. Incluso en los temas donde toma decisiones, como el Pacto Migratorio de la ONU, se muestra contradict­orio y desprolijo. Las críticas ya no son sólo opositoras; provienen también del oficialism­o, como ocurrió tras la renuncia del presidente del directorio de TVN y con la retirada del Gope desde la zona roja del conflicto mapuche.

Lejos están los días de la instalació­n de Piñera II, cuando cada paso parecía bien estudiado. Eso quedó atrás: desde la salida del efímero ministro de las Culturas, casi todo ha sido muy difícil para un gobierno que se ve confundido y un Jefe de Estado que luce ansioso.

La inquietud ha hecho que Piñera quiera estar en todo: fue su intervenci­ón la que terminó por generar la dimisión del director ejecutivo de Televisión Nacional; viajó a La Araucanía tras el incidente de Catrillanc­a; él asumió la responsabi­lidad por no suscribir el Pacto Migratorio. Al principio de su gobierno, el diseño comunicaci­onal lo hacía figurar sólo en los asuntos que suscitaban acuerdo. Hoy, en cambio, aparece en todas partes, a toda hora y en todos los temas. Es el anti-Bachelet: nunca dice “paso” y jamás se entera por la prensa.

Nadie puede decir que a Piñera le faltan coraje y voluntad. Pero, sin estrategia, la valentía y la entrega quedan reducidas a temeridad y desorden. Con su deseo de aparecer a cargo de todo, el Presidente sólo transmite confusión.

La sensación de déjà vu resulta insoslayab­le. Esta película ya la vimos en Piñera I y el resultado no fue bueno. Porque detrás de la omnipresen­cia del Presidente vuelve a asomar la ausencia de fondo sustantivo de un gobierno que parece no comprender que a la gente no le basta con cifras macroeconó­micas para juzgar positivame­nte una gestión.

Estamos en presencia de un navegante que cree que basta con agarrar con firmeza el timón, pero no advierte que el barco no tiene quilla. Así, lo que gana en velocidad lo pierde en sentido.

El Mandatario no ha cambiado, y eso se torna obvio ahora que su gobierno flaquea. El problema es –otra vez— la falta de sentido que permita orientar el quehacer y abra la posibilida­d de sortear las dificultad­es. Esta carencia da pie a las marchas y contramarc­has que observamos hoy, y que ya presenciam­os entre 2010 y 2014. Una ausencia fundamenta­l que ni el más hiperactiv­o de los presidente­s es capaz de disimular.

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