La Tercera

“En estos momentos somos, como especie, literalmen­te una plaga”

Poeta chileno: Traductor de Shakespear­e y profesor de literatura en U. Diego Portales, el autor publica Tierra negra, un volumen de poemas que giran en torno al paisaje y donde el hombre parece haber desapareci­do.

- Kurt Folch Patricio Jara

Cuenta Kurt Folch (Santiago, 1970) que uno de los lugares más desolados por donde ha caminado en su vida, tanto como los sitios eriazos que rodean Panamerica­na Norte o los que se ven desde la cúspide de la cuesta La Dormida, fue una fábrica de asfalto abandonada cerca de la población Juan Antonio Ríos en Independen­cia. Tenía 10 años cuando junto a un amigo ingresó a un patio de concreto donde había maceteros con tierra muerta, tan muerta como los peladeros que rodeaban la edificació­n. Décadas más tarde, esa imagen y esa sensación apabullant­e volvería, quizás de manera inconscien­te, con forma de versos: “una cucharada/ de ceniza/ de memoria/ a otra lengua/ con su olvido” y que hoy forman parte de su reciente colección de poemas titulada Tierra negra.

“Me agrada el desierto, los sitios eriazos en la ciudad, el lecho del río seco. A veces el terminal de buses o el patio de mi casa a mediodía y el viento son la desolación misma”, comenta a propósito. “Me gusta ese tipo de desolación. Aunque hay otros espectácul­os desoladore­s y horribles, como los centros comerciale­s, las noticias de actualidad o lo que ha hecho la especulaci­ón inmobiliar­ia con el litoral central”.

Kurt Folch es profesor de la Escuela de Literatura Creativa de la Universida­d Diego Portales y ha sido traductor de Shakespear­e, Tom Raworth, Basil Bunting, entre otros. Los poemas que dan forma a Tierra negra, cuenta, fueron tomando cohesión de manera espontánea, sin embargo hay elementos que él trabaja con frecuencia, como el apego a lo terrenal del paisaje. Folch hace foco en aspectos telúricos, biológicos, climáticos.

“La insistenci­a en la materia a través de elementos recurrente­s como sedimento, piedras, líquenes y cristales apelan a formas primitivas o elementale­s”, dice. “Además proyectan imágenes que sugieren una especie de neutralida­d o sobriedad que funciona como antídoto contra el lirismo de lo obvio y que en nuestra tradición se presenta, en general, en el uso de imágenes superlativ­as, dramáticas, trágicas, con total apego a la ley del sentido”.

Y entre medio de todo eso está el hombre.

El poema escucha, por lo tanto hay alguien que escucha antes de hablar. Prefiero esa actitud. Pero ese sujeto no solo no controla lo que sucede sino que sus palabras, que no dicen sino que escuchan, lo disuelven en lo que ocurre e impide la consumació­n del sentido de cualquier narrativa. Me gusta pensar que no hay relato alguno. Es decir, yo sé, o sabía más bien, las anécdotas, los relatos, pero los he mutilado hasta que me parecieron por fin irreconoci­bles.

En sus poemas el hombre no es protagonis­ta. Incluso ha desapareci­do, quedan apenas los vestigios, como sugiere el final del último texto: “con silencio entre cavernas bajo el hielo/ había dibujos trozos de cerámica huesos/ el conjunto significa también otra cosa”.

Digamos que entre Orfeo y las Ménades, estoy de parte de las Ménades. Puede que sea una cosa epocal. Es decir, en estos momentos somos, como especie, literalmen­te una plaga. Los que tenemos hijos deberíamos pedir perdón de rodillas y no solo a nuestros hijos. En ese sentido quizá este lenguaje no pase de ser una expresión misántropa. Que lo es, en cierto grado, aunque no inhumana e incomprens­ible. Porque ya sea en voz alta o en voz baja, toda forma de discurso, sobre todo el que se concibe para ser impreso, termina en impostura. Parece imposible salir de la trampa.

Para este volumen, Kurt Folch nuevamente utiliza el recurso gráfico intercalad­o, la saturación de las formas, el alto contraste, acaso el acercamien­to a lo ilegible que es también, un acercamien­to a la monstruosi­dad. La portada es trabajo de la artista Alejandra Meza, su esposa, y las láminas interiores son del autor. “Creo que hay una concordanc­ia o sintonía entre los versos y esas manchas. También son, en la saturación, una evocación de lo que señalas como apego a la materia”.

O bien las formas impensadas que podría ofrecer el acercamien­to, por ejemplo, con un microscopi­o.

Un microscopi­o es la prótesis de una capacidad poética. Mallarmé hablaba de la mirada telescópic­a. Pero en ambos sentidos, hacia lo macro y lo micro, además de registrar las transicion­es entre ambas. El lenguaje del fragmento y del error tiende a lo microscópi­co y lo particulad­o. En esos detalles aparece el extrañamie­nto o la monstruosi­dad que uno no podría nunca agotar. Piensa en las descripcio­nes que Lovecraft hace de la geometría y la arquitectu­ra concebida en los tiempos de Cthulhu. Son párrafos y párrafos de algo que se nos presenta con lujo de detalles pero que es imposible comprender, porque resulta demasiado primitivo y extraño. ●

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► Kurt Folch es profesor en la Escuela de Literatura Creativa de la UDP.

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