La Tercera

El estilista de la memoria

- Por Rodrigo González Periodista.

Su fama la precede. Bendecida por las inmejorabl­es reseñas de los críticos de cine más influyente­s de Estados Unidos, ganadora del León de Oro del Festival de Venecia y candidata premium al futuro Oscar a Mejor película extranjera, Roma de Alfonso Cuarón llega a los cines chilenos para competir contra sí misma. Desde hoy también se puede ver en Netflix, aunque tal vez no es la mejor idea.

Poseedora de una fuerza visual arrollador­a y filmada en el panorámico formato de 70 milímetros, Roma fue hecha por el cine y para el cine. No hay mejor forma de apreciar los detalles de cada uno de sus planos y no existe sistema de audio doméstico que rivalice contra la dimensión de sus sonidos en una sala.

Muchos otros largometra­jes podrían soportar mejor el trasplante a Netflix, pero la paradoja es que sólo el gigante del streaming le pudo financiar las ambiciones al mexicano Alfonso Cuarón.

En Roma, todo funciona por asociación de recuerdos. La narración no es paso a paso, sino de acuerdo al fluir de la memoria, que en este caso es la del propio realizador. Es su propia biografía la que está en pantalla y lo que vemos es su infancia filtrada por el lente del cineasta adulto. En esa trama el personaje más importante es Cleo (Yaritza Aparicio), la nana de la casa, mujer de dedicación religiosa a la familia, devota de cuidar a los niños de Sofía (Marina de Tavira) y Antonio (Fernando Grediaga).

Aunque la gran casona del barrio Roma (de ahí el nombre de la cinta) es el principal paisaje de la historia, Cuarón también mueve su cámara a sectores periférico­s de Ciudad de México, a balnearios de verano y a refugios de invierno. Son las escenograf­ías de sus vivencias, pero también de las tragedias de Cleo. El año es 1971, período de agitación política y de la llamada Masacre de Corpus Christi, donde 120 personas murieron en las garras de grupos paramilita­res.

Todos estos hechos se mezclan en un gran telar donde se confunden los hilos de la historia con mayúscula y las hebras de la vida de Cleo y la familia. La destreza de Alfonso Cuarón permite darle intensidad emocional al drama puertas adentro, pero también a los acontecimi­entos nacionales puertas afuera. Lo logra a través del blanco y negro y la utilizació­n creativa del sonido ambiente, pero también con los rostros impagables de Cleo y los chicos.

No hay muchas dudas de que

Roma es un portento técnico que logra varias cumbres emotivas. El problema es cuando la historia baja a los valles de la cotidianid­ad y el país de todos los días. Ahí la cámara sigue haciendo piruetas, pero no está claro si los personajes y los objetos también quieren ser un gran Instagram en blanco y negro. No siempre es bienvenido un festín visual a partir del trapero del piso (como sucede al inicio de Roma), pues se nota el afán por lograr lo que un crítico argentino bautizó como “obramaestr­ismo”.

Aún así Roma suma antes que resta, conmueve más que decepciona, deslumbra antes que nada y nos introduce en una gran máquina del tiempo, confirmand­o que Cuarón es un gran estilista de los recuerdos.

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► Cleo (Yaritza Aparicio) protagoniz­a Roma, de Alfonso Cuarón.

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