La Tercera

Más circo que pan

- Jorge Navarrete Abogado

Permítanme hacer algunas preguntas. ¿Por qué Chile gira de manera tan brusca, abandonand­o una larga tradición multilater­alista en su política exterior? De existir estas buenas y poderosas razones, ¿por qué también dinamita una asentada costumbre de políticas de Estado en materia de relaciones exteriores, no consultand­o a nadie, al punto de sorprender no sólo a la oposición, sino también a los partidos políticos del oficialism­o? ¿Por qué el actual Presidente de la República hace poco tiempo atrás, en la propia sede de Naciones Unidas, alabó las bondades del Pacto y destacó como éste se alineaba con los objetivos de nuestra política pública? ¿Por qué ni siquiera la delegación de parlamenta­rios que concurrió a Marruecos conocía de esta decisión – ni tampoco el propio embajador- haciéndolo­s (y haciéndono­s) pasar a todos un bochorno de proporcion­es? ¿Por qué en el contexto de preparació­n previa y negociació­n del propio Pacto, no se hicieron ver o ni siquiera se insinuaron algunas de las explicacio­nes que escuchamos ahora?

Durante los últimos días nuestras autoridade­s se han ahogado en un mar de confusione­s y contradicc­iones, intentando responder a éstas y otras interrogan­tes, dando paso a una intuición y sospecha primero, pero quizás ahora ya transforma­da en una convicción: a saber, que esta decisión se adoptó hace muy poco tiempo; y, para ser precisos, hace no más de 15 días.

En efecto, consciente el gobierno de los positivos dividendos que en las encuestas le reportó el haber abordado y regulado nuestro proceso migratorio, creyó ver ahí una oportunida­d para retomar el control de la agenda y quizás así comenzar a superar los cuestionam­ientos por la crisis institucio­nal de nuestras fuerzas policiales y militares, al mismo tiempo que quizás atenuaba los reproches por el incumplimi­ento de las expectativ­as generadas en torno al crecimient­o económico.

Y aunque habrá muchos que sigan aplaudiend­o esta decisión, creo que el costo a pagar pudiera ser más alto de lo que ellos mismos prevén. Me refiero al costo de terminar integrando un elenco de países dirigidos por personas que más llaman a la vergüenza que a la admiración; al costo de emular a esa bananera práctica de hacer política interna a partir de nuestras relaciones exteriores; al costo de confundir popularida­d con populismo, a resultas de una enfermiza obsesión por las encuestas; en fin, y como nos recuerda Kant, al costo de incurrir en la inmoralida­d de utilizar a ciertas personas o grupos como un medio y no como un fin en sí mismo.

Y no sé qué es más desolador: si la decisión misma, en su forma y fondo, o que quizás estén en lo correcto sobre la reacción que tendrá la opinión pública.

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