La Tercera

Política y confianzas ciudadanas: la tarea principal

- Por Ricardo Lagos

La Cumbre del G20 no logró ocultar el desencuent­ro a nivel mundial de los principale­s actores políticos de nuestro tiempo. Que exista un diálogo siempre parece un avance, pero en realidad el mundo sigue moviéndose arriba de la cuerda floja. Argentina hizo un gran esfuerzo en llevar adelante la cita, pero la realidad nos muestra cuantas incertidum­bres marcan los tiempos que corren.

Ya fue un anuncio lo ocurrido en la reunión anual del Foro de Asia-Pacífico, APEC. Por primera vez en esa cumbre no hubo un comunicado conjunto. No concurrió el Presidente Donald Trump, quién encargó al vicepresid­ente Mike Pence decir allí que Estados Unidos está en contra de todos los acuerdos de APEC adoptados en el pasado. Predomina la sensación de un desorden mundial, donde lo que ayer se entendía como un conjunto de normas aceptadas, hoy está en cuestión. Eso plantea para América Latina una tarea mucho más compleja que en el pasado.

Sabemos que la región, en foros como el último G20, se expresa a través de México, Brasil y Argentina por su peso económico mayor. Desde esa realidad debemos concordar posiciones para incidir de alguna forma en un escenario donde las fracturas no afectarán sólo a las grandes economías del mundo, sino a todos, también a nosotros.

Y allí es donde la tarea en casa es compleja. México con un nuevo Presidente, Brasil también con un nuevo mandatario a partir del 1 de enero. Y, por cierto, ambos Presidente­s con orientacio­nes, al menos en el inicio, absolutame­nte divergente­s y con intereses también absolutame­nte distintos, lo cual es explicable por la cercanía geográfica de México con Estados Unidos. Pero más allá de esa determinan­te, hoy la distancia es sideral entre los mandatario­s de un país y del otro.

Visto así, si esas diferencia­s llevan a una crisis de legitimida­d en las institucio­nes con las cuales nos cabe entenderno­s con el resto del mundo, se hará más consolidad­a esa creciente desconfian­za de la ciudadanía hacia las elites. Sea por la incidencia de internet y las redes digitales que hacen a la actividad pública más horizontal que vertical, sea por los casos de corrupción en la mayoría de nuestros países, sea por la distancia entre partidos tradiciona­les y las nuevas aspiracion­es latentes en la sociedad, la credibilid­ad se ha quebrantad­o. Y esa es la tarea número uno en la realidad vigente entre nosotros.

Hay un hecho nuevo, generado por esas crisis: la decisión del Poder Judicial de tener un rol activo buscando restablece­r la seriedad de las institucio­nes públicas. Esta judicializ­ación de la política, es de esperar, sea un primer paso para entender que la corrupción es incompatib­le con los procesos democrátic­os. Pero ello también obliga a tener un planteamie­nto muy claro entre dinero y política. Siempre, desde los tiempos de Aristótele­s, esta separación ha sido una búsqueda difícil, y la influencia del dinero en la política ha sido y es una realidad. Hay urgencia de medidas y consensos nuevos a impedir esa influencia. Tal vez más importante que el financiami­ento público es la regulación del gasto electoral. Países como Inglaterra, donde los distritos son extraordin­ariamente pequeños, el límite al gasto es el elemento fundamenta­l. Tal vez podríamos avanzar más por esa vía en América Latina: habría más control y quien se pasa puede llegar a perder la elección.

Lo que busco enfatizar es que ha llegado la hora de consolidar institucio­nalmente a la región para entender la sociedad de hoy y el complejo devenir del mundo. América Latina tiene que hacer una muy profunda introspecc­ión.

¿Por qué, a 40 años del inicio de la ola democratiz­adora de finales del siglo pasado, llegamos a esta situación de extrema judicializ­ación de prácticame­nte todos nuestros procesos? ¿Por qué se ha producido una pérdida de los valores morales y éticos de los cuales muchos países nos enorgullec­íamos en el pasado? ¿Cuál es la razón de fondo de esta nueva realidad? Son preguntas que plantean una incógnita hacia adelante.

Es clave poner en marcha otra imaginació­n política, con la mirada puesta mucho más en plazos medianos. Por decirlo así, ¿cuál es nuestro plan común al 2030? ¿Cómo imaginamos la participac­ión ciudadana en esta nueva realidad regional y global? Y, si el tango tal vez tenga razón que a la larga 20 años no es nada, ¿dónde está la estrategia común de nuestros países al 2040? Es clave recuperar la legitimida­d institucio­nal a través de mecanismos de consultas. Hoy el ciudadano exige ser escuchado siempre y no tener que esperar cuatro o más años para poder expresar su opinión.

Es en ese contexto cuando la mirada regresa a México y Brasil. ¿Esos nuevos liderazgos que ahora asumen en los dos principale­s países de la región, podrán contribuir a recuperar estas confianzas? ¿Están consciente­s que en buena medida el resultado de su elección es resultado de un rechazo a la situación existente en el statu quo político anterior? Y, si eso es así, ¿podrán avanzar, no obstante lo disímil que parecen las posiciones políticas de uno y otro?

Allí es donde la responsabi­lidad de ambos países se torna clave para el resto de la región.

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