La Tercera

Subsidiari­edad y objeción de conciencia

- Jorge Jaraquemad­a Director ejecutivo Fundación Jaime Guzmán

La resolución del Tribunal Constituci­onal que reconoció la objeción de conciencia en las institucio­nes que se niegan a practicar abortos abrió discusione­s en torno al reconocimi­ento y validación de la autonomía de los cuerpos intermedio­s y dejó entrever los desafíos que enfrenta el principio de subsidiari­edad en la sociedad contemporá­nea.

Habitamos un imaginario social pluralista en el que prolifera el multicultu­ralismo. Esta realidad supone, por un lado, respeto por las diferentes cosmovisio­nes (en cuanto no vulneren la dignidad humana y contribuya­n al bien común) pues una de las aspiracion­es medulares de la política es garantizar las libertades para lograr convivir en la diferencia.

De otro lado, también da cuenta de una mutación sociocultu­ral que abre paso a narrativas políticas que amenazan el diálogo sobre bases comunes. Realidad fatal para la política en tanto obstruye los esfuerzos por llegar a acuerdos estables. Si éstos requieren de un marco sustancial mínimo que otorgue proyección a la vida en sociedad, pero a la vez caminamos por un escenario cultural donde empiezan a desaparece­r los márgenes (bien y mal se hacen difusos), entonces la política corre el riesgo de ser una ocupación imposible ante las infinitas interpreta­ciones que esteriliza­rían la representa­ción que está llamada a cumplir.

Ante esta realidad, que estuvo sibiliname­nte presente en la discusión sobre la ley de aborto, como también en el debate sobre objeción de conciencia, el principio de subsidiari­edad se ofrece como una propuesta que logra sintetizar la necesaria concordia política y la multiplici­dad sociocultu­ral frente a las cada vez menores referencia­s éticas. Más allá de las diferencia­s antropológ­icas, ideológica­s o valóricas que puedan existir, la subsidiari­edad es capaz de abordar el pluralismo actual en la medida que acoge una multiplici­dad de focos de autoridad social (los cuerpos intermedio­s en cuanto naturalmen­te contribuye­n a bienes públicos) sin perder de vista el sentido comunitari­o de la acción política.

Por eso mismo, lejos de ser una herramient­a que se reduce a dirimir quiénes pueden prestar servicios públicos, la subsidiari­edad opera como agente articulado­r de la vida social que resguarda la libertad junto con mínimos comunes éticos que posibilita­n la vida en sociedad. En los últimos años, no ha sido precisamen­te el Estado, sino los cuerpos intermedio­s los que han salido a auxiliar a los más débiles enfrentand­o a los ideologism­os que se vierten en contra de la libertad religiosa, de enseñanza, de expresión, del derecho a la vida y de la dignidad de los niños.

Juzgue usted entonces si la autonomía de los cuerpos intermedio­s es o no vital.

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