La Tercera

Ampuero, el débil

- Por Carlos Correa Bau

Fouché, el famoso político de la época de la Revolución Francesa que sirvió y traicionó a todos los gobiernos, en su última época como funcionari­o de la restauraci­ón, no logró cabalgar en la marea realista de Luis XVIII y, para no irse, acepta con mutismo helado todas las humillacio­nes de los nobles que están vuelta al poder. Stefan Zweig, su biógrafo, describe esta etapa diciendo que “su hambre insaciable de poder ha convertido a este lobo audaz en un perro cobarde”.

El canciller Roberto Ampuero, a quien solo le une a Fouché la habilidad para cambiarse de filas, debió sentir el mismo frío cuando vio al partido del Presidente aplaudir a rabiar a una diputada que se declaró pinochetis­ta. No debe haberse sentido muy bien tampoco cuando buena parte del oficialism­o, incluyendo al ex canciller Alfredo Moreno, recibe al diputado Bolsonaro, que resultó ser menos moderado que su padre. Y peor debe haber sido ver al Presidente dos veces en el patio de La Moneda, dando su apoyo a la decisión del Ministerio del Interior de no asistir a la conferenci­a de Marrakech sobre el pacto migratorio de la ONU.

Para el canciller, que había sorteado con éxito la prueba de fuego de La Haya y que posee las aprobacion­es más altas dentro del gabinete, todos esto lo deja como el encargado de relaciones exteriores más débil desde el inicio de la democracia. Su mismo equipo deja testimonio de ello en una filtración a este medio sobre el enorme poder que posee un joven asesor del Segundo Piso, a quien, infructuos­amente tratan de culpar de todos los desacierto­s en la cumbre del G-20.

Ampuero se ha presentado a sí mismo como un demócrata cuyos giros políticos son resultado de una reflexión propia al descubrir la cara dictatoria­l de los regímenes comunistas. Por tanto, en ese relato es difícil encajar la decisión estratégic­a del gobierno actual de aliarse con los duros del mundo, como Bolsonaro, Trump o Salvini. Para todos ellos, los derechos humanos tienen un alcance relativo en la medida que no afecte los intereses de su país, sus electores duros o las encuestas. Esto es un peligroso ejemplo que pareciera que muchos quisieran imitar acá.

Todo esto no solo es incongruen­te con su relato personal, sino con la propia tradición de Chile en estos años democrátic­os, donde sus cancillerí­as han sido firmes contra la violación de los derechos humanos sin ambages ni considerac­iones ideológica­s. Pese a las toneladas de posverdad de muchos en el oficialism­o, los dos cancillere­s de la presidenta Bachelet fueron siempre firmes contra los abusos del chavismo en Venezuela y nunca se sumaron a las alternativ­as bolivarian­as que buscaban también relativiza­r los DDHH bajo la lógica antiimperi­alista. En ningún caso, desde los segundos pisos de entonces (que tenían mucho más poder que el actual) se escuchó alguna cosa distinta a la política oficial de Chile.

También en materias de tratados internacio­nales Chile no ha jugado nunca al aislacioni­smo en estos años. El país siempre ha entendido que su prosperida­d depende del comercio internacio­nal y, por tanto, de su inserción política en el mundo. Por ello siempre ha sido país ejemplo en la ratificaci­ón de tratados internacio­nales, como fue hecho ver por los excancille­res. La decisión del gobierno de contestarl­e con insultos a través de una diputada cercana al Presidente, es muestra más que Ampuero, al igual que Fouché, prefirió quedar como el débil del gabinete en vez de cerrar la puerta por afuera.

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