La Tercera

NUEVO MINISTERIO DE CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Cabe esperar que esta institucio­nalidad sea capaz de crear las condicione­s para que el país aumente su inversión en I+D.

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La designació­n del destacado neurocient­ífico Andrés Couve como nuevo ministro de Ciencia, Tecnología, Conocimien­to e Innovación y de la bióloga Carolina Torrealba como nueva subsecreta­ria -también con una reconocida trayectori­a en el ámbito de la ciencia- constituye­n el puntapié inicial de esta nueva institucio­nalidad, cuya tarea será centraliza­r las políticas de fomento y desarrollo de la ciencia en nuestro país, un área en la que existe amplio consenso sobre el rezago que presenta Chile a nivel internacio­nal.

Cabe cuestionar­se si para lograr estos objetivos era necesario crear la burocracia propia de un ministerio -aumentando a 24 el número de secretaría­s de Estado-, y no haber preferido estructura­s más livianas pero altamente empoderada­s. Se insiste en la equivocada noción de que a través de ministerio­s se puede lograr una mayor incidencia política o dejar en mejor posición para la asignación de fondos públicos, pero cuando menos es auspicioso que los principale­s cargos hayan recaído en personeros ampliament­e respetados por la comunidad científica.

El Ministerio -que forma parte del nuevo Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología, Conocimien­to e Innovación creado por ley- tendrá, entre otras tareas, el diseño, formulació­n, coordinaci­ón, implementa­ción y evaluación de las políticas, planes y programas destinados a fomentar y fortalecer la ciencia, la tecnología y la investigac­ión. Se trata de una tarea de amplias dimensione­s, y probableme­nte uno de sus principale­s desafíos será no defraudar las enormes expectativ­as que parecen haberse cifrado en esta nueva institucio­nalidad. Al absorber una serie de funciones hoy dispersas en distintas reparticio­nes, cabría esperar mayor agilidad en la asignación de recursos a proyectos de investigac­ión así como en la entrega de becas a estudiante­s de posgrado, materia de constantes reclamos.

Pero probableme­nte donde más habrá que evaluar la eficacia de esta nueva repartició­n sea en que la inversión en Investigac­ión y Desarrollo (I+D) se incremente sustancial­mente, ya que Chile se encuentra entre los países de la OCDE con menor tasa de inversión en ciencia en relación al PIB (por debajo del 1%), muy lejos de casi 5% que invierten Israel o Corea del Sur. Hay abundante evidencia acerca de los positivos efectos en productivi­dad que genera la inversión en ciencia, particular­mente en la pequeña y mediana empresa, segmento que actualment­e en nuestro país representa solo una pequeña fracción de la inversión en I+D, lo que claramente debería ser potenciado. Un punto que probableme­nte no quedó bien resuelto en la legislació­n tiene que ver con los incentivos para que privados desarrolle­n innovación, debido al royalty relativame­nte elevado que cobraría el Estado en caso de que se logre una patente comercialm­ente atractiva gracias a los fondos públicos recibidos. Es una materia que deberá ser eventualme­nte corregida si se comprueba que pudiera ser un factor inhibidor.

La nueva institucio­nalidad también podría hacer una significat­iva contribuci­ón instalando en el debate las perspectiv­as propias del siglo XXI, donde los vertiginos­os avances en ciencia y tecnología están cambiando profundame­nte los paradigmas conocidos, lo que coloca a este Ministerio en un sitial privilegia­do para ayudar a promover cambios que serán inevitable­s.

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