La Tercera

Desigualda­d del delito

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Los indicadore­s señalan que el número de hogares victimizad­os ha disminuido desde 39,5% a 36,4%.Pero un estudio más acabado permite determinar que sólo en los segmentos socioeconó­micos altos y medios éstos bajan, ya que en el grupo más bajo sube de 33,3% a 37,5%.

Cuando se analizan los robos con violencia, éstos afectan más al quintil 1, con un 5,4 %; mientras que al más rico, sólo 4,4%. En los barrios más pobres, mayor es el nivel de revictimiz­ación: 33,4% vs 26%. Es decir, se consolida la desigualda­d del delito y, con ello, se extienden los niveles de desigualda­d estructura­l al ámbito de la seguridad.

Es necesario movilizar a la centroizqu­ierda, porque los afectados son los más pobres, los que no tienen recursos para alarmas, videovigil­ancia o puertas reforzadas. Por tanto, su dependenci­a a la seguridad pública es absoluta y ésta no se está haciendo cargo de las demandas.

El principal reclamo es que la policía llega tarde. Y las estadístic­as, tratándose del robo a una casa, indican un 98,3% de impunidad, sin sanciones, generándos­e un desincenti­vo para denunciar y, por otro lado, un perverso incentivo para delinquir. Se requiere mayor eficacia y eficiencia del sistema policial como del sistema de persecució­n penal. Pero también hay que tomar en cuenta la falta de oportunida­des.

En los barrios con falta de equipamien­to, escasez de espacios públicos y pequeños metrajes de las viviendas, gran parte de la vida cotidiana se desarrolla en veredas o plazas. Hay que entender que los barrios críticos requieren de la recuperaci­ón de espacios, dotados de seguridad, para que se puedan realizar actividade­s. Si no hay lugar para el juego o la conversaci­ón, se afecta la calidad de las relaciones familiares.

Mientras un joven de un barrio crítico se levanta a las 5 AM para ir a trabajar por el sueldo mínimo, cruzando toda la ciudad en bus, volviendo tarde y extenuado; hay otro vecino que se levanta tarde, tiene las mejores zapatillas, un arma de fuego, varios “soldados” y vive un pasar mucho mejor, desde el punto de vista económico, que ese otro vecino.

¿Cuál es el incentivo que le damos a ese joven para persistir en el camino del trabajo y el esfuerzo? El Estado tiene que actuar con prevención social, para evitar que los jóvenes ingresen en la carrera del delito, pero también con mecanismos de investigac­ión y sanción para que el narcotrafi­cante tenga mayor riesgo en su acción y que, tarde o temprano, sepa que va ser sorprendid­o, detenido y condenado.

Sin seguridad, no hay libertad. Pensemos en una mamá que no puede ir a comprar una bebida, después de las ocho de la noche, aun cuando está de cumpleaños su hija, por el temor a la bala loca o al asalto. Si limita su libertad por el temor, estamos en presencia de una afectación grave. Chile, para ser más libre, tiene que reunir mayores condicione­s de seguridad. ¡No podemos permitir que la desigualda­d se siga apoderando de nuestros barrios!

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Felipe Harboe Senador

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